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Capítulo I: EL CAPITALISMO IMPERIALISTA
- ¿QUÉ ES EL
IMPERIALISMO?
Introducción
Con la caída del
bloque social-imperialista ruso, a finales de la década de los 80 en el siglo
pasado, imperialistas y apologistas de la esclavitud asalariada proclamaron la
muerte del Comunismo y hasta declararon el fin de la historia; nada había que
hacer. La burguesía se preparaba para un reinado milenario y los socialdemócratas
y reformistas se propusieron humanizar tan horroroso presagio; mientras los oportunistas,
sumándose al coro, declararon insuficiente el Marxismo como teoría y guía de la
revolución, desempolvando las viejas y raídas banderas de los reformadores
liberales de los siglos XVIII y XIX.
Fue tal la
ventolera reaccionaria y tanto el escepticismo de la intelectualidad, que
incluso en las propias filas del proletariado revolucionario, y so pretexto de
desarrollar el Marxismo Leninismo Maoísmo, surgieron “caminos”, “pensamientos”
y “nuevas síntesis” cuestionando y reformulando los fundamentos del socialismo
y el comunismo científico. Pero todo esto no es una desgraciada casualidad,
sino el producto necesario del moribundo capitalismo imperialista, urgido del auxilio
oportunista para prolongar su agonía y descomposición.
En el fondo, las
declaraciones de unos y otros muestran la actitud de las clases fundamentales de
la sociedad capitalista frente al imperialismo: o bien se le cree a la
burguesía y a los apologistas de la reacción su prédica de un imperialismo
lleno de vida y el mejor mundo posible, frente al cual sólo se puede resistir;
o bien se reconoce con el proletariado que “El
imperialismo es una fase histórica especial del capitalismo. Su carácter
específico tiene tres peculiaridades: el imperialismo es 1) capitalismo
monopolista; 2) capitalismo parasitario o en descomposición; 3) capitalismo
agonizante”[i].
El imperialismo es la antesala del socialismo, capitalismo moribundo listo para
ser sepultado por la Revolución Proletaria Mundial. Es ésta la línea divisoria para
diferenciar entre marxismo y revisionismo frente a la cuestión del
imperialismo.
El Comunismo no
murió, como soñaban y quisieran los reaccionarios; por el contario, como el Fénix,
renace nuevamente destruyendo las ilusiones y los sueños de sus más
encarnizados enemigos. ¡No hay tal reinado milenario de la burguesía! El
imperialismo es capitalismo en descomposición, cuya putrefacción contamina la
sociedad; y el proletariado, a la cabeza de los pueblos del mundo, debe darle
sepultura. Por ello proclama nuevamente, el fin inevitable del capitalismo y la
marcha inexorable de la sociedad al establecimiento del socialismo y el
comunismo en toda la tierra.
Este no es un deseo voluntarioso sino una
ley histórica. El capitalismo, como todos los anteriores modos de producción, nació,
se desarrolló y está muriendo. El sistema económico social capitalista ya dio
todo lo que tenía para dar y creó las condiciones para avanzar al socialismo;
sobrevive, únicamente, gracias al oxigeno proporcionado por el oportunismo.
El Capitalismo[1]
Surgido de las entrañas del feudalismo y en
lucha a muerte contra él, el capitalismo generalizó la explotación del trabajo
asalariado como la más moderna relación entre los hombres. Las viejas
relaciones patriarcales, los viejos estamentos y divisiones sociales han sido
paulatinamente arrinconados y destruidos, dejando cada vez más clara la
división de la sociedad en dos grandes clases sociales: la burguesía, dueña de
los medios de producción, y el proletariado, dueño únicamente de su fuerza de
trabajo.
Contra los idílicos sueños de los pequeños
propietarios, la superioridad técnica y económica de la gran producción destruye
las formas económicas precapitalistas; a la vez, la concentración y centralización
creciente del capital expropian al productor directo “con el más despiadado vandalismo y bajo el acicate de las pasiones más
infames, más sucias, más mezquinas y más desenfrenadas”[ii].
El capital surgió y se impuso chorreando sangre: su victoria sobre el
feudalismo se llevó a cabo, no solo mediante la expropiación de los productores
directos, sino también, mediante la esclavización y sometimiento del campo a la
ciudad, mediante el reparto, la usurpación militar y el saqueo de las colonias
en el resto del mundo por parte de los países desarrollados de Europa.
Sin embargo, la burguesía, como ninguna
clase en la historia lo había hecho, revolucionó la sociedad entera, desarrolló
incesantemente los instrumentos de producción, rompió el aislamiento nacional, creó
el mercado mundial y extendió a su vez, por todo el orbe, las relaciones de
explotación asalariada, liberando a los hombres de las ataduras serviles y
creando una cultura universal.
Tal poderío económico y social necesitaba y
encontró su expresión política en el poder del Estado burgués, una máquina de
dominación de clase superior a las anteriores formas de Estado, con la cual la
burguesía garantiza sus privilegios y priva a la clase obrera y a las masas
populares de los procedimientos revolucionarios de lucha. Un aparato
burocrático militar, instrumento de explotación y máquina de fuerza para
aplastar la rebeldía de los trabajadores.
La libertad proclamada por la burguesía no
existe en realidad para la clase obrera, y la libre competencia ejercida por aquella
conduce a la concentración y al monopolio. Así, conforme disminuye
progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan
todos los beneficios del proceso social de producción, crece la masa de la
miseria, de la esclavización asalariada, de la degeneración, de la opresión y
la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, aleccionada,
unificada y organizada por el mecanismo del propio proceso capitalista de
producción. El monopolio del capital se convierte en grillete del modo de
producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de
producción y la socialización del trabajo llegan a un punto donde son ya
incompatibles con su envoltura capitalista.
Y si esto estaba así de claro para el
proletariado revolucionario de mediados del siglo XIX en el Manifiesto Comunista, es una profunda
equivocación que comunistas del siglo XXI defiendan todavía una supuesta
vitalidad de la economía campesina —propia
de la sociedad feudal—, así como
reaccionario es el propósito de devolver la rueda de la historia para hacer lo
ya realizado por la burguesía durante varios siglos. La misión del proletariado
no es democratizar la propiedad centralizada y concentrada ya por el propio
desarrollo del capitalismo, sino socializarla en concordancia con el carácter
social de la producción.
Contra las utopías burguesas, pequeño
burguesas y oportunistas de conciliar el capital y el trabajo; contra las
pretensiones reformistas de humanizar el capitalismo, toda la historia del
desarrollo capitalista es la historia de la rebelión de sus fuerzas productivas
contra las relaciones sociales de producción y de propiedad, rebelión del
trabajo contra el capital, rebelión del proletariado contra la burguesía y su
dominación. Rebelión originada en la más profunda y fundamental contradicción
del sistema capitalista: entre la producción cada vez más social y la
apropiación cada vez más privada; rebelión que aflora a la superficie de la
sociedad en forma de crisis industriales y comerciales, de crisis ya no por
escasez como en las épocas anteriores sino por superproducción, por demasiada
industria, demasiado comercio, demasiados medios de vida que paradójicamente sumen
a la sociedad en la miseria, el hambre y el paro forzoso dejando millones de
obreros en la calle: “Así, el desarrollo
de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las
que la sociedad produce y ella se apropia lo producido. La burguesía produce,
ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del
proletariado son igualmente inevitables”[iii].
El capitalismo muestra descarnadamente que su existencia y la de la burguesía
son incompatibles con la existencia de la sociedad.
El Imperialismo[2]
Las salvas del siglo XX anunciaron el fin
del esplendor de la civilización burguesa dando paso a la fase agónica del
capitalismo: el imperialismo; fase en la cual, aunque persisten las propiedades
fundamentales de todo el capitalismo y se mantiene el ambiente general
capitalista, se agudizan en extremo
sus contradicciones, llegando a un límite después del cual empieza la
revolución. La fase imperialista del capitalismo es la fase de su
descomposición, la antesala del socialismo.
El
surgimiento y generalización de poderosas entidades monopolistas y empresas
gigantescas, íntimamente ligadas por los bancos, produjo un cambio drástico en
todo el sistema a principios del siglo XX. La fusión del capital industrial con el bancario dio vida al capital
financiero, capital monopolista que domina la producción y el mercado
mundial; engendró nuevas contradicciones y agudizó todas las contradicciones que
empujan el capitalismo hacia la tumba.
La
exportación de mercancías, característica de la libre concurrencia, fue sustituida
por la exportación de capital, siendo
esta la base más profunda de la política colonial del imperialismo y el camino
para universalizar las relaciones de dominación. El mundo se dividió en un
puñado de países opresores, explotadores, y una inmensa mayoría de países
oprimidos, explotados. Las mentiras y prédicas sobre la supuesta igualdad de
los países bajo el imperialismo encubren la esclavización semicolonial de los
países oprimidos y ocultan su contradicción antagónica con los países
imperialistas; estas prédicas, además de ser reaccionarias son ilusas, por
cuanto la subyugación económica, financiera, política y militar de unos países
por otros atiza la lucha de los pueblos por su liberación y contribuye al
hundimiento del imperialismo.
La
propia naturaleza del capital financiero lo empuja a una carrera desenfrenada
por la explotación de los países oprimidos y a la lucha por un nuevo reparto del mundo. La demanda creciente de
materias primas incita la lucha por sus fuentes, acentuando el desarrollo
desigual del capitalismo y exacerbando los conflictos entre las grandes
potencias por el nuevo reparto de territorios y esferas de influencia.
Así mismo, la supremacía del monopolio aumenta la
frecuencia, profundidad y explosividad de las crisis, cuyas abruptas
manifestaciones de superproducción irrumpen violentamente en una sociedad donde
la concentración y el dominio del capital financiero, ha amplificado en cientos
de veces la anarquía de la producción capitalista. Crisis que llevan a la
burguesía a emprender guerras imperialistas,
reaccionarias, de rapiña, las cuales exigen del proletariado internacional un
rotundo rechazo, oponiéndoles la revolución para impedirlas o luchando por
transformarlas en guerras civiles revolucionarias, en guerras de clases, en
guerras populares. Los cantos a la paz bajo el imperialismo son un engaño, para
alcanzarla se necesita la violencia revolucionaria de las masas, la guerra popular
para liquidar la propiedad privada sobre los medios de producción y las clases
sociales, causantes de las guerras.
El
“neoliberalismo” es una formulación socialdemócrata —compartida acríticamente por
algunos comunistas— para hacerle apología al capitalismo, ocultando el lugar
histórico del imperialismo como fase final de todo el sistema capitalista,
después del cual no sigue sino la revolución proletaria y el socialismo. En su
lugar, el “neoliberalismo” representa un simple, perverso y abusivo “modelo” de
capitalismo, cuya derrota no implica acabar, sino preservar el sistema
capitalista, la dictadura burguesa y su reino de explotación mundial
asalariada.
La
supuesta vitalidad del imperialismo es solo una falsa apariencia proyectada por
sus fuerzas organizadas, sus apologistas y los oportunistas, porque el
capitalismo ya realizó todo lo que podía realizar y dio un viraje hacia la
decadencia y descomposición, convirtiéndose en un sistema putrefacto contra el
cual se levantan las poderosas fuerzas revolucionarías de los obreros y masas
trabajadoras de todos los países, en lucha contra la explotación y opresión
imperialistas. En el transcurso de un siglo de larga agonía del capitalismo,
las derrotas del proletariado han sido derrotas temporales, de aprendizaje para
los oprimidos y explotados, llamados a sepultar el imperialismo mediante la
Revolución Proletaria Mundial.
La
Economía Mundial[3]
El capitalismo imperialista se convirtió en un modo de producción
internacionalizado. Los monopolios ya no solo se reparten y disputan los
mercados y adecuan la producción con miras al mercado mundial, ahora las
gigantescas corporaciones monopólicas se reparten y disputan a los hombres
mismos y adecuan los mercados con miras a la producción mundial, convirtiendo
el capitalismo imperialista en un sistema mundial que afianza y amplia la
esclavización financiera, la opresión y la rapiña colonialista.
El imperialismo, como modo de producción
internacionalizado, encadenó a todos los países —con sus modos específicos de producción— en una sola economía mundial, donde la economía de cada
país es un eslabón de una sola cadena, que obedece y sirve a la producción, la
realización de la plusvalía, la acumulación y la centralización del capital
mundial. Ignorar que el capitalismo en cada país no es más que un aspecto
del capitalismo imperialista, conduce a algunos comunistas a negar su
existencia real en los países oprimidos recurriendo al eufemismo de llamarlo “no
clásico”, “deformado”, “raro” o “burocrático”, equivalente a la añoranza
pequeñoburguesa de un capitalismo ideal, independiente, que ya no es posible. Y
en política, negar la existencia del capitalismo en los países oprimidos, conduce
a salvaguardar los intereses de la burguesía contra los intereses del
proletariado.
La ley general de la
acumulación capitalista, ahora como un proceso mundial, se lleva a cabo de forma
tan salvaje y despiadada que la acumulación de riquezas en manos de la minoría
parasitaria dominante, contrasta violentamente con la miseria de la inmensa
mayoría trabajadora, de la cual una parte muere de hambre, en medio de las gigantescas
riquezas que se producen.
Este proceso de encadenamiento, de expansión y ahondamiento de las relaciones
capitalistas en el mundo ha llevado consigo no solo la integración de todos los
países en un único mercado mundial de
capitales, mercancías y fuerza de trabajo, sino además el surgimiento y la expansión
de la industria en los países oprimidos y la introducción de importantes
cambios en la agricultura,
destruyendo los sistemas tradicionales de producción y acelerando el proceso de
descomposición del campesinado; causando a la vez la urbanización acelerada de
los países oprimidos, el desarrollo de las ciudades y acrecentando la migración
internacional del proletariado.
El resultado de tan dolorosa, brutal y violenta
trayectoria ha sido la socialización cada vez mayor del proceso productivo
mundial y la proletarización de la sociedad mundial. El esfuerzo de miles de
millones de trabajadores es socializado en un solo proceso productivo, cristalizado
hasta en las mercancías más pequeñas con la incorporación de la fuerza de
trabajo de los obreros de muchos países. Así mismo, los
grandes movimientos migratorios, los grandes desplazamientos a las ciudades,
los crecientes cinturones de miseria —que
se erigen como monstruosos monumentos a la irracionalidad del capitalismo
imperialista— multiplican por
millones la clase de los proletarios, la fuerza productiva y social más
poderosa, el ejército mundial de los sepultureros del capitalismo agonizante.
El capitalismo imperialista ha creado y ampliado
la base material para la construcción del socialismo en todo el mundo, acentuando la lucha
revolucionaria del proletariado por el derrocamiento del poder capitalista y
por la expropiación de la burguesía en todos los países.
Sistema
Mundial de Opresión y Explotación[4]
El triunfo del capitalismo, convertido en
un sistema mundial de opresión y explotación, es la causa de su derrota
inevitable, pues no sólo ha forjado a lo largo y ancho del planeta la clase que
lo sepultará, la clase de los proletarios, además ha agudizado la lucha de
clases en general, ha ampliado las diferencias entre ellas, ha acelerado la
proletarización de vastas capas de la pequeña burguesía; ha incentivado el
deseo de la lucha antiimperialista en las masas trabajadoras del mundo, sobre
quienes descarga el peso de su explotación y el oprobio de su dominio.
El capital financiero —que domina la producción, la
distribución, la vida política y social en todo el planeta— y las asociaciones monopolistas —que se lucran en su exclusivo interés
privado de todos los medios de producción, de todas las materias primas, de
todos los territorios y de toda la sociedad humana— han llevado al extremo la explotación y la opresión; pero en su
afán de ganancias, han creado las condiciones para que una vez rotas las
cadenas impuestas por el capital monopolista financiero, la planificación
social de la producción y la distribución de los medios de vida satisfagan las
necesidades de la sociedad.
La imposición de los monopolios en la
economía capitalista ha llevado a la monopolización política de la vida social;
a que la tendencia a la libertad —propia
de los albores del capitalismo—
haya sido reemplazada por la tendencia a la subyugación, a la intensificación
de la opresión sobre países y naciones. La tendencia a la democracia,
propia de la vieja revolución burguesa, ha sido sustituida por la tendencia a
la reacción política en toda línea y en todos los órdenes, empujando las
fuerzas progresistas a la corriente de la revolución. De ahí, que sea
reaccionario concebir la lucha contra el imperialismo como una lucha exclusiva
contra los monopolios económicos, pues sería aspirar al regreso de la primera
fase, lo que se convierte en respaldo a la opresión imperialista; y concebirla
como una lucha sólo en el dominio político —sin relación con la supervivencia del capital mundial a cuenta de
la explotación del trabajo mundial—
es, además de reaccionario, la peor traición a la clase obrera, porque
significa apoyar la explotación capitalista, cuando ésta ha acumulado capital a
tal grado que lo ha hecho excesivo, ya no solo en relación a los países
imperialistas, sino en relación a todos los países.
El capitalismo imperialista es un régimen
social que sobrevive de la depredación de las dos únicas fuentes de
riqueza: la fuerza de trabajo y la naturaleza; su esperanza de vida
depende de estrangular la sociedad y destruir la naturaleza. Transformar las
relaciones de los hombres con la naturaleza sólo es posible transformando las
actuales relaciones sociales de explotación en relaciones sociales de
colaboración. La aspiración de salvar la naturaleza sin tocar el poder del capital,
es reformismo burgués, repudia el desastre natural, pero no ataca su causa
principal: el modo de producción capitalista. Frenar la destrucción de la
naturaleza hace parte del programa socialista del proletariado porque exige
acabar con el causante de su destrucción: el capitalismo
imperialista.
Lugar Histórico del Imperialismo[5]
El propio capitalismo ha preparado el paso
de la humanidad al socialismo, porque ha creado sus condiciones materiales:
ha convertido la producción en un proceso social, a la vez que la apropiación
en un proceso privado; ha organizado la producción en inmensas fábricas a nivel
mundial, a la vez que la ha sumido en la anarquía, entorpeciendo con ello el
desarrollo de las fuerzas productivas bajo las relaciones de producción
capitalistas, y frenando el desarrollo de la sociedad; ha concentrado la
riqueza en la parte minoritaria de la sociedad que no trabaja y la miseria en
la inmensa mayoría trabajadora de la sociedad, llevando al límite el
antagonismo entre el capital y el trabajo; ha creado la clase de los
proletarios desposeídos de los medios de producción, cuya misión histórica es hacer
que se corresponda el carácter social de la producción con un carácter social
de la propiedad, resolviendo mediante una revolución política y social las
contradicciones en que el capitalismo imperialista ha embrollado a toda la
sociedad. La burguesía es una clase impotente históricamente para resolver
dichas contradicciones, pero además, es incapaz de garantizar las condiciones
de vida de sus esclavos asalariados; por tanto, la existencia de la
burguesía es incompatible con la existencia de la sociedad, y su sistema: el
imperialismo, es la agonía del capitalismo y la antesala del socialismo.
El derrumbe del social-imperialismo ruso y el período de expansión
del capitalismo imperialista a finales del siglo pasado dieron vida a las
“modernas” teorías reaccionarias tales como el “neoliberalismo” y la “globalización”,
orquestadas desde los centros de poder imperialista para declarar que el
capitalismo “había renacido” en una nueva etapa. De tal conclusión reaccionaria
parte la teoría del “Imperio” de los pequeño burgueses Negri y Hardt; de ella
se derivan las teorías revisionistas del “Estado
globalizado del imperialismo estadounidense” de Prachanda y el Partido
Comunista de Nepal Unificado (Maoísta) y de la “superpotencia hegemónica única” de Avakian y el Partido Comunista
Revolucionario de Estados Unidos. Todas estas “modernas” teorías están apoyadas
en la vieja teoría kautskista del “ultraimperialismo”, según la cual el
imperialismo podría superarse a sí mismo y resolver todas sus contradicciones
en un solo centro monopólico. En el fondo, estas teorías no son más que apología
a la buena salud del imperialismo, omnipotente e imbatible, y frente al cual
solo se puede resistir. Con el argumento de la supuesta imbatibilidad del
imperialismo y la pretendida imposibilidad de triunfar, se traicionó la
Revolución y la Guerra Popular en Nepal.
Las consecuencias políticas de tales teorías son desastrosas: contribuyen
a prolongar la agonía del imperialismo, desarman al proletariado y desvían el
blanco de la lucha revolucionaria de las masas. A esas reaccionarias teorías obedece
el ataque revisionista contra el proletariado y su Partido, y las alabanzas al
“movimiento por el movimiento” de la “multitud” juvenil, femenina, LGBTI,
ambientalista… He ahí la base de la sustitución de la bandera de la revolución
por la mera resistencia, como lo hizo el Movimiento Revolucionario
Internacionalista —MRI— dando primacía al impulso del Movimiento
de Resistencia Popular Mundial —MRPM— por encima de la lucha por una nueva
Internacional Comunista.
El “ultra-imperialismo”, un ultra disparate reaccionario, ya derrotado
por Lenin y la Internacional Comunista en el siglo pasado, es usado ahora por
la reacción y el oportunismo para prolongar los horrores de la decadencia del capitalismo;
para nublar la conciencia de los proletarios e impedirles observar que tras la
aparente vitalidad del imperialismo, se esconden, no manifestaciones de
consolidación, sino de descomposición; no reflejos de un cambio en su
trayectoria histórica hacia superar por sí mismo sus contradicciones, sino
hacia su exacerbación acelerando su declive, como lo demuestra abiertamente la
crisis económica del capitalismo mundial en los últimos años, agravando su
agonía y acentuando su decrepitud, hasta un límite después del cual sólo sigue
la Revolución Proletaria Mundial y el Socialismo.
Contra los esfuerzos de los apologistas del imperialismo, todos los
hechos de la actualidad ponen al descubierto y confirman que el imperialismo es
capitalismo en descomposición, moribundo,
última etapa del sistema capitalista y víspera de la revolución socialista mundial; la Revolución Proletaria Mundial
es, por tanto, una consecuencia de las condiciones de desarrollo del
imperialismo. La dictadura del capital financiero, inevitablemente, debe dar
paso a la Dictadura del Proletariado.
- LAS CONTRADICCIONES MUNDIALES DEL IMPERIALISMO[6]
La Contradicción Fundamental del Sistema Capitalista
La contradicción fundamental del sistema capitalista entre la producción cada vez más
social y la apropiación cada vez más privada ha marcado toda su
existencia, es la causa más profunda de su inevitable desaparición y sólo podrá
resolverse socializando la
propiedad sobre los medios de producción en el socialismo. Esta contradicción fundamental y la anarquía
en la producción capitalista constituyen la base material de las crisis
económicas en el sistema de la explotación asalariada.
Lejos de atenuarse, la contradicción fundamental del capitalismo se ha
profundizado y extendido a nivel mundial; la producción social mundial es
apropiada por un puñado de grupos monopolistas, exacerbando todos los males,
problemas y contradicciones del imperialismo. “Esta agudización de las
contradicciones es la fuerza motriz más potente del período histórico de
transición iniciado con la victoria definitiva del capital financiero mundial”[iv].
Una realidad completamente contrapuesta al iluso programa pequeñoburgués
que pretende superar los males del capitalismo luchando contra la
“globalización”, el “neoliberalismo” y la “monopolización económica”, sin tocar
el poder político del capital.
La
contradicción fundamental rige el proceso de desarrollo del capitalismo en toda
su historia, tanto en la primera fase de libre competencia, como en su fase
actual monopolista, a lo largo de la cual discurre en periodos caracterizados
por una contradicción principal.
Los
Períodos de la Agonía del Sistema Capitalista
En la historia del Movimiento Comunista Internacional cuatro
contradicciones son reconocidas como las más importantes —no las únicas— del
imperialismo, las cuales inevitablemente determinan la muerte del sistema
capitalista: la contradicción entre el proletariado y la burguesía, la
contradicción entre países imperialistas y países oprimidos, la contradicción
inter-imperialista —de los países imperialistas entre sí— e inter-monopolista
—de los monopolios entre sí—, y la contradicción entre los dos sistemas, el
socialista y el imperialista, latente luego de la disolución del antiguo campo
socialista. Dado que el
capitalismo sobrevive a cuenta de depredar
las dos únicas fuentes de riqueza: la fuerza de trabajo y la
naturaleza, desde finales del siglo XX, se ha destacado la contradicción entre la sociedad y la naturaleza como la quinta importante
contradicción mundial del imperialismo. La depredación imperialista de la naturaleza ha agudizado esta contradicción
poniendo en peligro la propia existencia de la humanidad, a cuenta de la
ganancia para la burguesía imperialista. Es indispensable acabar con el causante de la destrucción de la naturaleza:
el capitalismo imperialista.
En la
correlación de tales contradicciones mundiales del imperialismo, se destaca una
contradicción principal, que caracteriza cada uno de los diferentes períodos
del capitalismo imperialista o capitalismo moribundo.
De 1903 a
1918 fue un período caracterizado por la contradicción
principal inter-imperialista, en el que el dominio de los monopolios, en un grupo de países capitalistas, los transformó en
países imperialistas contendientes en la Primera Guerra Mundial de rapiña por
un nuevo reparto del mundo colonial ya repartido. Ante este cambio en el mundo
capitalista, los jefes socialdemócratas de la II Internacional traicionaron la
causa mundial del proletariado y se adhirieron en apoyo chovinista a la
burguesía de sus respectivos países, respaldados por el centrista Kautsky y su
teoría del “ultraimperialismo”, cuyo pregón exhortaba a abandonar la
revolución, pues las contradicciones del imperialismo se resolverían con la
unión “ultraimperialista”.
Contra la guerra mundial imperialista y el
oportunismo social-chovinista, defensor abierto del imperialismo, el leninismo
demostró que el imperialismo es la fase superior y última del capitalismo, la
nueva Era de la Revolución Proletaria Mundial, inaugurada triunfalmente en 1917
con la Gran Revolución de Octubre en Rusia, dando comienzo a la época del
hundimiento mundial del capitalismo.
De 1918 a
1948 fue un periodo donde la lucha entre
los monopolios se destacó como la contradicción principal del imperialismo.
La profunda crisis de 1929 estremeció todo el sistema y condujo a la Segunda
Guerra Mundial imperialista, por otro nuevo reparto del mundo ya repartido. Una
vez terminada la guerra, la cadena mundial imperialista se rompió de nuevo,
esta vez en China, con el triunfo la Revolución de Nueva
Democracia.
De 1948 a
1958, el triunfo de la Dictadura del Proletariado se fortaleció con el avance de revoluciones democrático populares en distintos países,
dando vida a un Campo Socialista de más de mil millones de habitantes. Es el tercer período de la agonía del
capitalismo, caracterizado por la contradicción
entre el sistema socialista y el sistema imperialista, como contradicción
principal mundial, dio un formidable avance a la revolución mundial mostrando
materialmente la superioridad del sistema socialista sobre el caduco sistema
capitalista.
Ante el
poderoso avance del campo socialista y de la revolución mundial, emerge, en
auxilio del imperialismo, el revisionismo moderno jrushchovista, con sus “tres
pacíficas” y “dos todos” para: desdibujar el carácter de
clase de la contradicción entre los dos sistemas, minar la Dictadura del
Proletariado, embellecer el imperialismo, negar la lucha de clases y la
violencia revolucionaria de las guerras que sí resuelven las contradicciones
entre el proletariado y la burguesía, entre los países oprimidos y países
imperialistas. En este período la URSS transitó hacia el capitalismo monopolista
de Estado, fruto de la nueva burguesía revisionista en el poder, transformando
el poderío socialista en un poder imperialista que comienza a disputarse el
mundo con los imperialistas norteamericanos.
De 1958 a
1972, la contradicción
entre los países y naciones opresores y los países y naciones oprimidos tomó el
rol de contradicción principal mundial, manifiesta en las guerras de liberación nacional contra el yugo imperialista. Su papel protagónico durante los años 60`s —influenciando positivamente a las demás
contradicciones— fue reducido por la
pequeña burguesía revolucionaria al destacarla unilateralmente para opacar la
contradicción de clases entre la burguesía y el proletariado.
El quinto
período de 1972 a 1990, lo caracterizó la contradicción
entre los países imperialistas, esta fue la contradicción principal mundial,
esta vez, concentrada en la contradicción inter-imperialista entre Estados
Unidos y la Unión Soviética. En estos años, el capitalismo vivió una de las crisis
económicas más profundas desde la gran depresión de 1929; el capitalismo
monopolista de Estado implantado por los social imperialistas soviéticos
también entró en crisis: una gran inflación, deuda externa, escaso crecimiento
económico y desempleo. Ambas
potencias desarrollaron monumentales
programas de armamento, invasiones militares; todos, preparativos de una guerra
imperialista inminente, que no se desató porque estalló la crisis del
social-imperialismo soviético, crisis que se extendió a su esfera de influencia
en los antiguos países del campo socialista. La URSS se descompuso y se
derrumbó, producto de sus propias contradicciones internas; los países que la
constituían se convirtieron en nuevos territorios para exportar capital y
mercancías, y superexplotar al proletariado, sirviendo —en vez de la guerra— para
resolver una de las últimas crisis en la economía mundial del imperialismo.
Hasta ese momento, la lucha contra el imperialismo había sido por cuenta
de contradicciones que no reflejaban directamente la contradicción fundamental
del capitalismo imperialista. Pero desde entonces, 1990, se abrió campo la contradicción entre el proletariado y la
burguesía como la principal contradicción mundial del imperialismo, la que
mejor y más concentradamente expresa la contradicción fundamental. La crisis
económica del capitalismo mundial que estalló a fines de 2007 ha confirmado y
consolidado tal contradicción como la principal, determinando un período donde
se manifiesta palmaria la extrema agudización de la contradicción fundamental del
sistema capitalista; y bien puede ser este el período del ocaso y sepultura del
sistema imperialista mundial, a condición de vencer a quien mantiene en pie al
parásito moribundo: el oportunismo, encabezado hoy por el revisionismo post-MLM
—falso marxismo leninismo maoísmo—, peligro
principal para la unidad internacional de los comunistas, la unidad de la
vanguardia, la unidad de la Internacional Comunista, sin la cual tardará más el
triunfo de la Revolución Proletaria Mundial.
La
Contradicción Principal Mundial en la Actualidad
En la
actualidad, la contradicción principal mundial enfrenta al proletariado mundial
contra la burguesía mundial, siendo por fin, la contradicción que mejor y más
concentradamente expresa la contradicción fundamental del sistema; la más decisiva por ser su
manifestación directa en el terreno de la lucha de clases, y como tal, la de mayor influencia revolucionaria sobre
las demás contradicciones mundiales del imperialismo, la que más ayuda
al avance de la revolución y al progreso de la sociedad, acelerando la
transición al socialismo.
La
crisis económica mundial iniciada en el 2008 ha agravado especialmente la
contradicción mundial entre el proletariado y la burguesía, reafirmando su
carácter de contradicción principal en el mundo imperialista, en extensión y
profundidad, donde la inmensa mayoría de la población mundial vive subyugada
por la cadena del salario, acumula miseria en medio de la riqueza que produce,
y sostiene con su fuerza de trabajo a unos cuantos parásitos monopolistas que
se apropian privadamente de la producción mundial. Tanto la quiebra de medianos
y pequeños propietarios, como la ruina y desplazamiento de millones de
campesinos por el capitalismo y las guerras, engrosan en masa las filas del
proletariado, cuya existencia amenazada cada día más por el desempleo, los
recortes prestacionales, despidos masivos y la rebaja del salario real, desatan
su rebelión en multitudinarias movilizaciones, huelgas, paros generales,
levantamientos, contra la crisis, contra los “planes de salvamento”, contra el
sistema mundial de la explotación asalariada, ya no exclusivamente en los
países oprimidos sino también en los países imperialistas donde vuelve a
despertar el movimiento obrero, ya no solo de los obreros industriales sino de todos
los trabajadores contra un sistema que no es capaz siquiera de sostener a sus
esclavos asalariados, estrangulados por el parásito imperialista que se apropia
de todo el producto social.
La extensión
y profundidad de la contradicción mundial entre el proletariado y la burguesía,
revelan con toda nitidez que el capital es una relación social en donde —por primera vez en la
agonía del capitalismo— confrontan sus
fuerzas en el escenario mundial los dueños del capital y los dueños del
trabajo; hecho de máxima importancia para la Revolución Proletaria Mundial,
pero de poco interés para muchos camaradas comunistas revolucionarios, atados
al análisis de otro período anterior, que ya no se corresponde con la realidad
mundial actual y la perspectiva hacia donde apuntan las tendencias objetivas de
la sociedad. He ahí una gran divergencia entre los
marxistas leninistas maoístas, acerca de cuál es la contradicción principal
mundial en la actualidad: entre el proletariado y la burguesía, o entre los
países oprimidos y los países imperialistas.
Independientemente de los deseos y de la
voluntad, la subvaloración de la contradicción mundial entre el proletariado y
la burguesía, es una posición errónea y desenfocada en lo político, idealista
en lo ideológico, y común con el revisionismo post-MLM del PCR,EU cuya subestimación
del peso del proletariado se deriva del reniego de su papel dirigente en la
Revolución Proletaria Mundial.
- TIPOS DE PAÍSES
La Distinción Esencial: Países Imperialistas y Países
Oprimidos[7]
El capitalismo, antes exclusivo de los
países occidentales, ha triunfado sobre el feudalismo; ha extendido su opresora
y explotadora civilización al oriente, el norte y el sur, con tendencia a
imponerse en todos los países.
Contra las teorías pequeño-burguesas
oportunistas que consideran las grandes revoluciones proletarias del siglo
pasado como el punto culminante y conclusión de la misión histórica mundial del
proletariado, que minimizan y niegan su existencia, el capitalismo ha
diseminado la clase obrera por todo el planeta, sustrayéndola del aislamiento
nacional y organizándola en el ejército mundial de la producción industrial.
La
clase obrera no tiene patria, su emancipación
económica no es un problema nacional sino mundial, y el medio para conquistarla
es su lucha política, realizable sólo a condición de la unión, solidaridad y
participación teórico-práctica de los obreros de las diferentes ramas de la
producción en todos los países. Este clásico Programa general sigue siendo la
más sentida necesidad material de la sociedad mundial; la consigna: ¡Proletarios
de todos los países, uníos!, con
la cual el Manifiesto del Partido Comunista
proclamó el carácter internacional de
la lucha obrera, es la consigna
de acción de los comunistas revolucionarios en la actualidad.
Con el siglo XIX terminó la fase de
esplendor de la civilización burguesa y la conquista de las tierras no ocupadas
en el planeta, dando paso a la bárbara política colonial del capital financiero
por nuevos repartos de los territorios ya repartidos, por la posesión de
mercados y fuentes de materias primas, por la explotación de nuevos
contingentes de fuerza de trabajo libre, en fin, por la exportación mundial del capital financiero, convertida en la forma
decisiva del lazo económico entre las distintas partes de la economía
capitalista mundial.
Sobre la presión
del capital financiero, del desarrollo industrial y del comercio, que nivelan
las condiciones económicas de los países imperialistas, impera la ley económica
del desarrollo desigual que, en
contravía a los deseos oportunistas de un desarrollo pacífico del capitalismo,
obliga a los países imperialistas a competir, chocar y guerrear por el dominio
mundial, y constituye la base material de la contradicción inter-imperialista e
inter-monopolista, exacerbada sin cesar por el dominio mundial del capital
financiero.
Contra la engañosa independencia económica
y política de los países bajo el imperialismo, la dominación del capital
financiero —decisiva en todas
las relaciones internacionales económicas y políticas del mundo capitalista— subordinó a los antiguos países
coloniales e impuso a los demás el nuevo yugo
semicolonial de independencia jurídica formal, dependencia real, económica,
financiera, política y militar. El imperialismo dividió al mundo en un puñado
de países imperialistas, que por su
gran riqueza económica y poderío militar son dominantes, opresores,
explotadores, usureros; y una inmensa mayoría de países oprimidos, sojuzgados, dependientes, explotados. Tal es la distinción esencial e inevitable de los
países bajo el imperialismo, diametralmente opuesta a las prédicas burguesas y
oportunistas que encubren la esclavización financiera semicolonial de los
países oprimidos y niegan su contradicción antagónica con los países
imperialistas.
La dependencia semicolonial fue la categoría formulada por Lenin y utilizada en el
Programa de la III Internacional. La teoría leninista de la dependencia
semicolonial, la exportación y dominio del capital financiero en la fase
imperialista, es exacta para denominar la independencia formal y dependencia
real de los países oprimidos por los países imperialistas, y clara para mostrar
el carácter lacayo de la burguesía en los países oprimidos. La denominación neocolonial, utilizada por los marxistas
leninistas en los años 60 y aún hoy por algunos marxistas leninistas maoístas,
no refleja el fenómeno general de la dominación de los países imperialistas
sobre los países oprimidos, sino que restringe la nueva dominación imperialista a unas cuantas antiguas colonias como Las Malvinas, cuyos
territorios son considerados parte de la metrópoli y gobernados directamente
por ella; y sobre nuevas colonias
como Puerto Rico, con territorio propio, pero sin siquiera el reconocimiento
formal de su independencia política. Denominar neocolonias a las, en realidad, semicolonias,
le sirve a la idea oportunista de negar la teoría leninista del dominio
imperialista sobre países formalmente independientes, a través de las redes del
capital financiero, alegando la existencia de una burguesía nacional siempre y
en todos los países oprimidos, para arrastrar tras de sí al proletariado.
La distinción
esencial leninista entre países imperialistas y oprimidos —bajo el
imperialismo— es diametralmente opuesta a las viejas y nuevas teorías
socialdemócratas y revisionistas; todas, herederas de la separación kautskista
entre la economía y la política del imperialismo, que reducen la diferencia a
países “ricos y pobres”, “avanzados y atrasados”, “desarrollados y
subdesarrollados”, restringiendo la lucha exclusivamente contra los monopolios
económicos, sin atacar el poder político semicolonial del imperialismo; o
meramente contra la opresión nacional, eludiendo las profundas relaciones
económicas semicoloniales de las metrópolis con la formación económica social de
los países oprimidos. Niegan el carácter imperialista de algunos países, so
pretexto del desarrollo desigual; o pretenden hacerlos pasar por imperialistas
“progresistas”, tal como lo hace la anti-leninista “Teoría de los Tres Mundos”,
urdida por los revisionistas chinos en plena Revolución Cultural, pero presentada
fraudulentamente ayer y hoy como si fuera obra del Presidente Mao y parte
fundamental del maoísmo.
Todas esas teorías tienen una esencia
revisionista común: conciliar con el imperialismo, impedir la unión de las principales
fuerzas de la sociedad contra el imperialismo, apagar el ímpetu revolucionario
de las masas obreras y campesinas en los países oprimidos, en fin, estropear la
verdadera lucha antiimperialista, parte integral de la revolución del
proletariado tanto en los países imperialistas como en los países oprimidos,
reduciéndola a la “resistencia mundial al imperialismo”, que en esta, la Era de
la Revolución Proletaria Mundial, es inofensiva para los países imperialistas y
desmoralizante para los pueblos de los países oprimidos.
Contra ese sartal de engaños se alza
majestuosa la enseñanza de las triunfantes Revoluciones Proletarias en el siglo
pasado, destrozando las cadenas de la opresión nacional, dando vida a un Campo
Socialista de países realmente independientes de las redes del capital
financiero, y mostrando en la práctica cómo, bajo el dominio de la Dictadura
del Proletariado, pueden convivir las naciones y países unidos por relaciones
de igualdad y cooperación. El triunfo del revisionismo en Rusia y China los
transformó de países socialistas en países imperialistas, disolvió el Campo
Socialista, restauró los odios nacionales y la dominación imperialista
semicolonial. La derrota de la Dictadura del Proletariado es apenas temporal,
su triunfo es inevitable.
El Parasitismo Imperialista[8]
El imperialismo —capitalismo monopolista— a
la vez que está obligado a desarrollar incesantemente las fuerzas productivas
de la economía mundial, impone elevados precios de monopolio que desestimulan
el progreso técnico y dispone del mercado en forma ilimitada, con lo cual,
tiende a contener el inevitable y renovado progreso de las fuerzas productivas,
desarrollando en forma creciente el parasitismo
imperialista, fenómeno típico de la fase de decadencia y descomposición del
capitalismo.
El predominio del monopolio, el dominio del
capital financiero, su reparto directo del mundo, la monopolización de las
fuentes de materias primas, la superexplotación de la fuerza de trabajo
mundial, convierten la subyugación de la inmensa mayoría de los países por unos
pocos países imperialistas en inagotable fuente de superganancias para sostener
el parasitismo de los países imperialistas a cuenta del saqueo y la succión del
trabajo del resto del mundo; el parasitismo de la burguesía mundial a expensas
de la superexplotación del proletariado mundial; los privilegios de la parásita
y corrompida aristocracia obrera de
los países imperialistas, base social del oportunismo cuyo papel servil a la
burguesía consiste en dividir e impedir la lucha del movimiento obrero.
Las inevitables crisis económicas del
sistema incitan al parasitismo imperialista a desangrar cada vez más a la
sociedad de todos los países —imperialistas y oprimidos—, incrementando la
explotación del trabajo y el saqueo, imponiendo nuevos “planes de austeridad”,
“reorganización económica”, “recortes” y “salvamentos”, todos destinados
prioritariamente a engordar más al mayor parásito conocido por la sociedad en
toda su historia: el dominio monopolista del capital financiero, el
imperialismo.
En tanto los países oprimidos son forzados
a vivir en la dependencia y el atraso, las masas trabajadoras en la ruina y la
vida miserable, el proletariado a sufrir más intensa la explotación asalariada
y a caer en masa en la desgracia del desempleo, siendo todas, condiciones
económicas y sociales insoportables para las fuerzas cuyo trabajo sostiene y
desarrolla la sociedad, y como tal, son la base material del repudio al
imperialismo y sus lacayos, del cada vez mayor odio de clase antagónico del
proletariado mundial contra la burguesía mundial, de la reanimación del
movimiento obrero en los países imperialistas, en el cual los obreros
inmigrantes pesan por su número y combatividad en sus filas de vanguardia.
La burguesía y el capitalismo ya no
debieran existir; su aporte histórico al progreso general de la sociedad
finalizó junto con la fase de la libre competencia. En adelante, en la fase
imperialista, cuanto mayor es el avance portentoso, incesante y acelerado de
las fuerzas productivas, más estrangulada vive la sociedad bajo el dominio
mundial de los monopolios y del capital financiero; más crece el antagonismo de
las relaciones de producción basadas en la explotación del trabajo social, y
más se embrolla el desarrollo de todas las relaciones sociales. Esa es la ley
de la fase de descomposición del capitalismo, en la cual la existencia parásita
de la burguesía, ahoga y es incompatible con el progreso de la sociedad.
El Capitalismo en los Países
Oprimidos[9]
El imperialismo, fase moribunda del
capitalismo, es un sistema mundial en el cual, y de conjunto, han madurado las
condiciones materiales para el triunfo de la Revolución Proletaria, única capaz
en esta época de suprimir las relaciones sociales de producción basadas en la
explotación del hombre por el hombre, y de construir las nuevas y superiores
relaciones socialistas de producción, fundadas en la cooperación de todos los
trabajadores. He ahí la gran enseñanza histórica de la revolución proletaria en
el siglo pasado, triunfante en un solo país, y triunfante en países con
desarrollo económico atrasado, donde el Estado de Nueva Democracia fue la forma
de la Dictadura del Proletariado que permitió su avance de una vez al
socialismo.
Condicionar la revolución del proletariado
en los países oprimidos a un pretendido desarrollo capitalista semejante al de
los países imperialistas es vivificar la podrida teoría revisionista de las
“fuerzas productivas”, opuesta a que la revolución proletaria sepulte un
sistema moribundo. Es desconocer que los países oprimidos, aún aquellos con
elementales condiciones de desarrollo industrial, han sido incorporados a un
modo de producción internacionalizado, y que el imperialismo se ha convertido
en un sistema mundial de esclavización financiera.
En el país oprimido el capitalismo es un
modo de producción que entrelaza, influye, socava y tiende a dominar los modos
de producción precapitalistas supervivientes, integrados todos en la formación
económica social del país, cohesionada a la economía mundial por la internacionalización
del capital.
El capitalismo de un país oprimido es un
aspecto del modo de producción mundial, un
aspecto del capitalismo imperialista, por tanto, sometido a sus inevitables
crisis económicas y portador de la particularidad fundamental
del capitalismo moderno "la dominación de las asociaciones monopolistas
de los grandes empresarios". Es componente y dependiente de un
agonizante sistema mundial de opresión y explotación. Es capitalismo
monopolista estrechamente vinculado al capital financiero mundial, sólo que
signado por las marcas profundas de los grilletes de la dependencia
semicolonial, del parasitismo imperialista, y de sus tendencias: tanto al
estancamiento, a contener violenta y artificialmente el progreso técnico, el
ritmo de crecimiento de ciertas ramas de la producción, incluso de toda la
economía del país oprimido; como a acelerar su desarrollo —la tendencia más general bajo
el imperialismo— acentuando la descomposición del campesinado,
barriendo vestigios de modos precapitalistas de producción, o asimilándolos, e
incluso en algunos casos reforzándolos, pero siempre sometiéndolos a las
necesidades de la producción mundial, de la realización de la plusvalía, la
acumulación y centralización mundial del capital.
Negar la existencia del modo de producción
capitalista en los países oprimidos, alegando ser “un capitalismo extraño”, “no
nacional sino introducido artificialmente por el imperialismo”, “no productor
de bienes de capital”, “sin mercado nacional articulado”, “no clásico”[v]…
significa alejarse del marxismo por el camino de las ya derrotadas teorías
pequeñoburguesas populistas rusas del siglo XIX, incapaces de estudiar
objetivamente las leyes de funcionamiento y desarrollo del régimen económico
social del país oprimido, al cual no se exporta el modo de producción
capitalista, sino el capital, que actúa e influye en sus gérmenes y desarrollo
capitalista originados en el proceso económico de la antigua sociedad feudal.
Los considerados “defectos” del capitalismo en los países oprimidos, son las
características propias de la dependencia semicolonial y de su función en la
economía mundial; no suprimen las características
esenciales de todo capitalismo: producción de mercancías bajo un régimen
donde el capital acumulado compra y explota asalariadamente fuerza de trabajo
de obreros libres.
El surgimiento del capitalismo en las
entrañas de la vieja sociedad feudal de los países oprimidos, es una ley
económica reconocida por Lenin, Stalin y Mao. El predominio capitalista en la
formación económica social de algunos países oprimidos fue admitido por algunos
marxistas leninistas en los años 60 del siglo pasado y tímidamente por los
marxistas leninistas maoístas de los 80. El dominio completo del modo de
producción capitalista sobre los demás modos de producción en la formación
económica social de países oprimidos, llegando a ser el determinante del
carácter capitalista de su sociedad, es un fenómeno real del último y actual
período en la fase agónica del capitalismo, acelerado y resaltado por la crisis
económica del capitalismo mundial desatada en los albores del nuevo siglo. Aun
así, salvo casos excepcionales[vi],
esa innegable tendencia es todavía ignorada por los comunistas revolucionarios
y motivo de enconada lucha entre sus filas.
No es solo un problema con el método
científico de la investigación para el estricto conocimiento de la realidad,
buscando la verdad en los hechos; es ante todo una lucha contra las teorías
extrañas al marxismo, que desde los años 60 del siglo pasado han influido en las
filas de los marxistas, pasando directamente de la literatura económica
socialdemócrata a ser erigidas en “guía marxista” para conocer la realidad de
la formación económica social de los países oprimidos.
Teorías extrañas a la economía política
marxista, que sirven a la conjugación reaccionaria entre el interés material —económico—
del pequeño propietario y el compromiso político oportunista auxiliador del
imperialismo en su lecho de muerte. Son las teorías del temor a reconocer en la
revolución proletaria el signo de los tiempos actuales, y en el proletariado el
sepulturero del imperialismo. Son las teorías propias de la propensión pequeño
burguesa a “mirar hacia atrás”, negando ya no solo la existencia del
capitalismo en los países oprimidos, sino la propia victoria histórica del
capitalismo sobre el feudalismo, sobre la cual se funda el programa máximo
mundial del proletariado proclamado en el
Manifiesto del Partido Comunista.
Añorar el retorno o la existencia de un
“capitalismo nacional independiente y sin monopolios” bajo el imperialismo, es
un absurdo contrapuesto a la realidad de la integración en la economía mundial
de todas las antiguas economías nacionales aisladas, y contrario a reconocer en
el imperialismo la fase superior y última del capitalismo, después de la cual
sólo sigue el socialismo de la Revolución Proletaria Mundial.
Negar el desarrollo capitalista en los
países oprimidos, pretextando su carácter dependiente, desigual, desequilibrado
y sin desarrollo clásico, es desconocer la naturaleza del imperialismo y la
esencia de su dominación semicolonial: dependencia real económica y política,
al servicio exclusivo de la creciente acumulación y centralización imperialista
mundial del capital, y en contra de las masas y del progreso de la sociedad de
los países oprimidos, cuyo desarrollo desarticulado y desequilibrado es un piñón articulado en
la gran cadena de la economía mundial, de la producción y
el mercado mundial imperialistas.
Limitar el desarrollo del capitalismo a la
vía revolucionaria campesina —de la revolución burguesa— desconociendo la vía
reaccionaria terrateniente, lenta y dolorosa para el campesinado, pero la más
común bajo el imperialismo, es “olvidar” el abecé del marxismo sobre la
cuestión agraria, “olvido” que conduce a adjudicar a una fantástica “evolución
del feudalismo o del semifeudalismo”, tanto la desequilibrada descomposición
del campesinado en los países oprimidos —casi siempre acelerada a sangre y
fuego—, como la desequilibrada concentración de la población y la miseria en
las grandes ciudades, desconociendo en la gran división entre la ciudad y el
campo una condición necesaria al desarrollo del modo de producción capitalista,
una gran desigualdad típica del capitalismo que sólo el socialismo puede crear
las condiciones para suprimirla.
Para referirse a las características
especiales del capitalismo en los países oprimidos se ha formulado la teoría
del “capitalismo burocrático”, que algunos marxistas leninistas maoístas erigen
en “pilar fundamental del maoísmo” y adjudican su autoría al Presidente Mao,
quien llamó con esas palabras al fenómeno exacto de la existencia del
capitalismo en China, que sin ser el modo principal de producción dentro de su
formación económico social, en su mayor parte estaba compuesto por capital
monopolista de Estado asociado al imperialismo y al feudalismo.
En realidad, por su contenido, la actual
teoría del “capitalismo burocrático” es una vieja teoría, contraria a la
economía política marxista. Tiene sus raíces remotas en el socialismo reaccionario,
denunciado en el Manifiesto Comunista
como ecos del pasado y amenazas sobre el
porvenir, incapaz de comprender la moderna sociedad burguesa. Cuenta con
una formulación moderna en las teorías del “capitalismo burocrático integral” y
del “capitalismo tardío”, de confesos teóricos antimarxistas, trotskistas y
neo-marxistas de los años 60, renegados del “envejecido” marxismo determinista.
No es una teoría materialista; su idealismo
radica en no partir del estado real de la lucha social por la producción, de
las condiciones concretas de la vida material de la sociedad y las exigencias
reales impuestas por su desarrollo, ni de la objetiva estructura de clases del
país oprimido y sus relaciones con el imperialismo, sino de los deseos
fantasiosos del revolucionarismo pequeñoburgués y los dogmas sobre la evolución
del feudalismo, del semifeudalismo y la identidad mecánica entre éste y el
semicolonialismo, confundiendo dos procesos distintos: el de las relaciones
entre los modos de producción de una formación económica social determinada, y
el de las relaciones entre los países imperialistas y los oprimidos.
Tal teoría del “capitalismo burocrático” no
le sirve a la revolución del proletariado porque le oculta los verdaderos
blancos en los países oprimidos, desconoce y subestima su fuerza de clase en
esos países, perdiendo de vista las fuerzas reales para derrocar el poder de
los terratenientes, la burguesía y el imperialismo, y “olvidando” que “Los obreros no tienen ninguna utopía lista
para implantarla par décret du peuple [*]. Saben que para conseguir su propia
emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende
irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico,
tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos,
que transformarán las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que
realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los elementos de la
nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno.
Plenamente consciente de su misión histórica y heroicamente resuelta a obrar
con arreglo a ella, la clase obrera puede mofarse de las burdas invectivas de
los lacayos de la pluma y de la protección pedantesca de los doctrinarios
burgueses bien intencionados, que vierten sus ignorantes vulgaridades y sus
fantasías sectarias con un tono sibilino de infalibilidad científica”[vii].
[*] Por decreto
del pueblo.
[i] El imperialismo y la escisión
del socialismo, Lenin - 1916
[ii] El Capital, Marx - 1867
[iv] El imperialismo y la escisión
del socialismo, Lenin - 1916
[v] Argumentos defendidos
en común por algunos Partidos y Organizaciones que fueron miembros del MRI,
entre ellos el Grupo Comunista Revolucionario de Colombia.
[vi] Ver Declaración del III Congreso del Partido Comunista Maoísta de
Turquía – Kurdistán Norte (25 de diciembre 2013)
Excelente aporte al movimiento!
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