En
un día como hoy, 12 de julio, pero de 1904, nació en tierra chilena Ricardo
Eliécer Neftalí Reyes Basoalto; un hombre que con el tiempo fue encontrando su
puesto en la historia a través de la poesía y el compromiso con el futuro de la
humanidad.
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto era Pablo Neruda. Su vida
de diplomático lo llevó por el mundo a encontrarse con poetas tan rojos cómo su
sangre y que contribuyeron a esclarecer esa búsqueda y ese camino que ahora le
permite un lugar en la memoria de quienes luchamos por derribar todas las
fortificaciones que resguardan la opresión y la miseria contra las manos
laboriosas.
Los versos de Neruda se arman cual fusiles a partir de la
heroica Guerra Civil Española, el combate contra las fuerzas reaccionarias del
fascismo en 1936. Una gesta del pueblo español muy recordada, además porque
ella alistó no solo al pueblo español, sino también a intelectuales y artistas
de todos los rincones del globo, quienes pusieron sus plumas al servicio del
pueblo; artistas tan inolvidables como Federico García Lorca, Raúl Gonzales
Tuñón y el camarada Miguel Hernández, todos ellos más que contertulios de
poesía para Neruda.
Esa España engendró, España en el Corazón;
fue la cercanía con la muerte, mirar a los ojos al fascismo lo que dio a Neruda
el tránsito definitivo en su poesía. Hernán Loyola en su texto De
cómo Neruda devino Comunista (sin ‘conversión poética’) aclara
que no es que haya habido una cambio radical en su forma de escribir la poesía,
sino que devino de un tránsito que él mismo ya buscaba, pero en el que deforma
innegable la lucha contra el fascismo y la gloriosa lucha de los comunistas le
permitió encontrar ese camino.
[…] La
poesía políticamente comprometida de Neruda fue un desarrollo natural de la
poética subyacente a Residencia en la tierra, y
no su negación. […] La dramática circunstancia histórica que vivía Europa en
1935, y un importante cambio en la estrategia política de La Comintern,
decidieron esta primera fase de la adhesión de Neruda al proyecto comunista.
Hoy que se cumplen 113 años del nacimiento de Pablo Neruda; y lo
recordamos con tres poemas que celebran la necesidad del Partido Comunista que
necesitamos en Colombia, la Revolución de Octubre que hoy (a sus 100 años)
sigue firme, sólida e irremovible.
«era una estatua ensangrentada,
era una victoriosa con harapos, era una niña bella como la luz, llena de
cicatrices, manchada por el humo. Desde remotas tierras los pueblos la miraron:
era ella, no cabía duda, era la Revolución. El viejo corazón del mundo latió de
otra manera». Oda a Lenin, Pablo
Neruda)
Sirve este saludo al nacimiento del poeta del Canto
General para que los artistas e intelectuales reconozcan en su
experiencia lo importante que es para los explotados y oprimidos que se
dispongan en esta lucha contra quienes los condenan a la miseria. Sirva este
saludo a la labor del poeta para que los artistas e intelectuales vean en las
páginas de Revolución
Obrera y en la Unión Obrera Comunista la semilla del Partido
que deben disponerse a abonar y cuidar, para ver florecer por fin el Estado de
Obreros y Campesinos.
Partido,
Mi partido
¡Cuánto dolor, amor Y gloria encierras! ¡Que larga historia pura
Y lucha larga!
Eres una cadena De hombre eslabonados, Firmes y serios, fuertes
y sencillos, Anchos de corazón, Duros de mano, Con los ojos cerrados a la
muerte, Con los ojos abiertos a la vida; De pronto, alguno falta, Y otro llega,
De pronto, alguno cae y otro sube y se colmaron las ausencias con el metal
humano innumerables.
¡Partido, Mi partido! Siento no haber estado en tu cuna de
cobre, El nacimiento; Eran tiempo difíciles, era el camino duro Cuando el
pueblo de chile con una piedra en el cuello y en el fondo del pozo Vio que lo
sostenían y ayudaban y que la piedra estaba ahora en su mano, Vio que no estaba
solo y se sintió crecer, crecer, crecer, y crecía la piedra en la mano.
Allá lejos Octubre Establecía el orden de los pueblos Un rayo
rojo Había cercenado la paz de los verdugos Y el martillo de acero se unió a la
hoz del trigo; Desde entonces, hoz y martillo, fueron la bandera de los
abandonados.
Partido, mi partido, Me parce ver aún a Recabarren Apoyado en la
puerta de la Federación de los Obreros.
Yo tenía quince años.
Sus ojos se entre habrían Divisando la pampa, Las arenas
desoladas, Que cruzó paso a paso Construyendo Las victoriosas Organizaciones.
¡Padre de nuestro pueblo! Gigante Camarada.
Como se siembra el trigo Derramándolo Así Fundó la prensa
proletaria.
Yo he visto Aquella Máquinas quebradas Por los verdugos de la
policía Que quisieron matar la luz.
He pasado la mano por el hierro Que conserva en su materia lisa
el recuerdo del tacto de aquella mano suya, fundadora, y aún la vieja máquina
luchaba, aún imprimía la palabra nuestra guardaba aún el fierro castigado su
profunda entrega como si el corazón de Recabarren aún para nosotros palpitara.
¡Partido, mi partido! Que larga lucha, larga como chile,
Encarnizada como el territorio duro de la patria.
Recorrí con Elías Las arenas Del norte desolado, Y con Luis
Convalán la tierra verde del sur, Y vi llegar los comunistas desde crueles
desiertos, subir. Desde la mina oscura con la sonrisa clara del que sabe le
camino.
Y ya sabemos, claros camaradas, que traición y martirio no
pudieron nada con nosotros:
Somos los vencedores del Pisagua.
A los que ahora llegan, A los jóvenes, a los trabajadores de sol
a sol, del campo, campesinos, a los muchachos, de las minas abruptas, de la
ciudad, inquietos de fábricas, talleres, oficinas, digo este es el pan y el
vino del Partido, este es el libro y el ejemplo de Lenin, el ejemplo en acción
Recabarren, el hombre proletario, es nuestra fuerza, y nuestra estrella de la
familia humana.
Nuestro Camino es ancho, Hay sitio a nuestro lado para Todos.
Oda a Stalin
Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra,
descansando de luchas y de viajes, cuando la noticia de tu muerte llegó como un
golpe de océano. Fue primero el silencio, el estupor de las cosas, y luego
llegó del mar una ola grande. De algas, metales y hombres, piedras, espuma y
lágrimas estaba hecha esta ola. De historia, espacio y tiempo recogió su
materia y se elevó llorando sobre el mundo hasta que frente a mí vino a golpear
la costa y derribó a mis puertas su mensaje de luto con un grito gigante como
si de repente se quebrara la tierra. Era en 1914. En las fábricas se acumulaban
basuras y dolores. Los ricos del nuevo siglo se repartían a dentelladas el
petróleo y las islas, el cobre y los canales. Ni una sola bandera levantó sus
colores sin las salpicaduras de la sangre. Desde Hong Kong a Chicago la policía
buscaba documentos y ensayaba las ametralladoras en la carne del pueblo. Las
marchas militares desde el alba mandaban soldaditos a morir. Frenético era el
baile de los gringos en las boîtes de París llenas de humo. Se desangraba el
hombre. Una lluvia de sangre caía del planeta, manchaba las estrellas. La
muerte estrenó entonces armaduras de acero. El hambre en los caminos de Europa
fue como un viento helado aventando hojas secas y quebrantando huesos. El otoño
soplaba los harapos. La guerra había erizado los caminos. Olor a invierno y
sangre emanaba de Europa como de un matadero abandonado. Mientras tanto los
dueños del carbón, del hierro, del acero, del humo, de los bancos, del gas, del
oro, de la harina, del salitre, del diario El Mercurio, los dueños de burdeles,
los senadores norteamericanos, los filibusteros cargados de oro y sangre de
todos los países, eran también los dueños de la Historia. Allí estaban sentados
de frac, ocupadísimos en dispensar condecoraciones, en regalarse cheques a la
entrada y robárselos a la salida, en regalarse acciones de la carnicería y
repartirse a dentelladas trozos de pueblo y de geografía. Entonces con modesto
vestido y gorra obrera, entró el viento, entró el viento del pueblo. Era Lenin.
Cambió la tierra, el hombre, la vida. El aire libre revolucionario trastornó
los papeles manchados. Nació una patria que no ha dejado de crecer. Es grande
como el mundo, pero cabe hasta en el corazón del más pequeño trabajador de
usina o de oficina, de agricultura o barco. Era la Unión Soviética. Junto a
Lenin Stalin avanzaba y así, con blusa blanca, con gorra gris de obrero,
Stalin, con su paso tranquilo, entró en la Historia acompañado de Lenin y del
viento. Stalin desde entonces fue construyendo. Todo hacía falta. Lenin recibió
de los zares telarañas y harapos. Lenin dejó una herencia de patria libre y
ancha. Stalin la pobló con escuelas y harina, imprentas y manzanas. Stalin
desde el Volga hasta la nieve del Norte inaccesible puso su mano y en su mano
un hombre comenzó a construir. Las ciudades nacieron. Los desiertos cantaron
por primera vez con la voz del agua. Los minerales acudieron, salieron de sus
sueños oscuros, se levantaron, se hicieron rieles, ruedas, locomotoras, hilos
que llevaron las sílabas eléctricas por toda la extensión y la distancia.
Stalin construía. Nacieron de sus manos cereales, tractores, enseñanzas,
caminos, y él allí, sencillo como tú y como yo, si tú y yo consiguiéramos ser
sencillos como él. Pero lo aprenderemos. Su sencillez y su sabiduría, su
estructura de bondadoso pan y de acero inflexible nos ayuda a ser hombres cada
día, cada día nos ayuda a ser hombres. ¡Ser hombres! ¡Es ésta la ley
staliniana! Ser comunista es difícil. Hay que aprender a serlo. Ser hombres
comunistas es aún más difícil, y hay que aprender de Stalin su intensidad
serena, su claridad concreta, su desprecio al oropel vacío, a la hueca
abstracción editorial. Él fue directamente desentrañando el nudo y mostrando la
recta claridad de la línea, entrando en los problemas sin las frases que
ocultan el vacío, derecho al centro débil que en nuestra lucha rectificaremos
podando los follajes y mostrando el designio de los frutos. Stalin es el
mediodía, la madurez del hombre y de los pueblos. En la guerra lo vieron las
ciudades quebradas extraer del escombro la esperanza, refundirla de nuevo,
hacerla acero, y atacar con sus rayos destruyendo la fortificación de las
tinieblas. Pero también ayudó a los manzanos de Siberia a dar sus frutas bajo
la tormenta. Enseñó a todos a crecer, a crecer, a plantas y metales, a
criaturas y ríos les enseñó a crecer, a dar frutos y fuego. Les enseñó la Paz y
así detuvo con su pecho extendido los lobos de la guerra. Frente al mar de la
Isla Negra, en la mañana, icé a media asta la bandera de Chile. Estaba
solitaria la costa y una niebla de plata se mezclaba a la espuma solemne del
océano. A mitad de su mástil, en el campo de azul, la estrella solitaria de mi
patria parecía una lágrima entre el cielo y la tierra. Pasó un hombre del
pueblo, saludó comprendiendo, y se sacó el sombrero. Vino un muchacho y me
estrechó la mano. Más tarde el pescador de erizos, el viejo buzo y poeta,
Gonzalito, se acercó a acompañarme bajo la bandera. «Era más sabio que todos
los hombres juntos», me dijo mirando el mar con sus viejos ojos, con los viejos
ojos del pueblo. Y luego por largo rato no dijimos nada. Una ola estremeció las
piedras de la orilla. «Pero Malenkov ahora continuará su obra», prosiguió
levantándose el pobre pescador de chaqueta raída. Yo lo miré sorprendido
pensando: ¿Cómo, cómo lo sabe? ¿De dónde, en esta costa solitaria? Y comprendí
que el mar se lo había enseñado. Y allí velamos juntos, un poeta, un pescador y
el mar al Capitán lejano que al entrar en la muerte dejó a todos los pueblos,
como herencia, su vida.
ODA A LENIN
La revolución tiene 40 años. Tiene la edad de una joven madura.
Tiene la edad de las madres hermosas.
Cuando nació, en el mundo la noticia se supo en forma diferente.
-Qué es esto? -se preguntaban los obispos-, se ha movido la
tierra, no podremos seguir vendiendo el cielo.
Los gobiernos de Europa, de América ultrajada, los dictadores
turbios, leían en silencio las alarmantes comunicaciones. Por suaves, por
profundas escaleras subía un telegrama, como sube la fiebre en el termómetro:
ya no cabía duda, el pueblo había vencido, se transformaba el mundo.
I
Lenin, para cantarte debo decir adiós a las palabras; debo
escribir con árboles, con ruedas, con arados, con cereales. Eres concreto como
los hechos y la tierra. No existió nunca un hombre más terrestre que V.
Ulianov. Hay otros hombres altos que como las iglesias acostumbran conversar
con las nubes, son altos hombres solitarios.
Lenin sostuvo un pacto con la tierra.
Vio más lejos que nadie. Los hombres, los ríos, las colinas, las
estepas, eran un libro abierto y él leía, leía más lejos que todos, más claro
que ninguno. Él miraba profundo en el pueblo, en el hombre, miraba al hombre
como a un pozo, lo examinaba como si fuera un mineral desconocido que hubiera
descubierto. Había que sacar las aguas del pozo, había que elevar la luz
dinámica, el tesoro secreto de los pueblos, para que todo germinara y naciera,
para ser dignos del tiempo y de la tierra.
II
Cuidad de confundirlo con un frío ingeniero, cuidad de
confundirlo con un místico ardiente. Su inteligencia ardió sin ser jamás
cenizas, la muerte no ha helado aún su corazón de fuego.
III
Me gusta ver a Lenin pescando en la transparencia del lago
Razliv, y aquellas aguas son como un pequeño espejo perdido entre la hierba del
vasto Norte frío y plateado: soledades aquellas, hurañas soledades, plantas
martirizadas por la noche y la nieve, el ártico silbido del viento en su
cabaña. Me gusta verlo allí solitario escuchando el aguacero, el tembloroso
vuelo de las tórtolas, la intensa pulsación del bosque puro. Lenin atento al
bosque y a la vida, escuchando los pasos del viento y de la historia en la
solemnidad de la naturaleza.
IV
Fueron algunos hombres sólo estudio, libro profundo, apasionada
ciencia, y otros hombres tuvieron como virtud del alma el movimiento. Lenin
tuvo dos alas: el movimiento y la sabiduría. Creó en el pensamiento, descifró
los enigmas, fue rompiendo las máscaras de la verdad y del hombre y estaba en
todas partes, estaba al mismo tiempo en todas partes.
V
Así, Lenin, tus manos trabajaron y tu razón no conoció el
descanso hasta que desde todo el horizonte se divisó una nueva forma, era una
estatua ensangrentada, era una victoriosa con harapos, era una niña bella como
la luz, llena de cicatrices, manchada por el humo. Desde remotas tierras los
pueblos la miraron: era ella, no cabía duda, era la Revolución. El viejo
corazón del mundo latió de otra manera.
VI
Lenin, hombre terrestre, tu hija ha llegado al cielo. Tu mano
mueve ahora claras constelaciones. La misma mano que firmó decretos sobre el
pan y la tierra para el pueblo, la misma mano se convirtió en planeta: el
hombre que tú hiciste se construyó una estrella.
VII
Todo ha cambiado, pero fue duro el tiempo y ásperos los días.
Durante cuarenta años aullaron los lobos junto a las fronteras: quisieron
derribar la estatua viva, quisieron calcinar sus ojos verdes, por hambre y
fuego y gas y muerte quisieron que muriera tu hija, Lenin, la victoria, la
extensa, firme, dulce, fuerte y alta Unión Soviética.
No pudieron. Faltó el pan, el carbón, faltó la vida, del cielo
cayó la lluvia, nieve, sangre, sobre las pobres casas incendiadas, pero entre
el humo y a la luz del fuego los pueblos más remotos vieron la estatua viva
defenderse y crecer crecer crecer hasta que su valiente corazón se transformó
en metal invulnerable
VIII
Lenin, gracias te damos los lejanos.
Desde entonces, tus decisiones, desde tus pasos rápidos y tus
rápidos ojos no están los pueblos solos en la lucha por la alegría. La inmensa
patria dura, la que aguantó el asedio, la guerra, la amenaza, es torre
inquebrantable. Ya no pueden matarla. Y así viven los hombres otra vida, y
comen otro pan con esperanza, porque en el centro de la tierra existe la hija
de Lenin, clara y decisiva.
IX
Gracias, Lenin, por la energía y la enseñanza, gracias por la
firmeza, gracias por Leningrado y las estepas, gracias por la batalla y por la
paz, gracias por el trigo infinito, gracias por las escuelas, gracias por tus
pequeños titánicos soldados, gracias por este aire que respiro en tu tierra que
no se parece a otro aire: es espacio fragante, es electricidad de enérgicas
montañas.
Gracias, Lenin, por el aire y el pan y la esperanza.
(Pablo Neruda,
Navegaciones y regresos)
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