IV - La Reaccion Stolypiniana
Derrotada la revolución de
1905, el zar despliega todas sus fuerzas con el fin de aplastar la revolución.
Encarcela, asesina, deporta, persigue y esparce el terror reaccionario, ajusta
cuentas con los sindicatos y las organizaciones políticas del proletariado, las
liquida, deporta a sus dirigentes o los envía al presidio. La Duma fue disuelta
y la fracción de diputados revolucionarios (socialdemócratas, según el término
de la época) fue condenada al destierro o presidio. El ministro zarista
Stolypin cubrió de horcas y patíbulos todo el país. Millares de revolucionarios
fueron ejecutados. A este periodo de repliegue de las fuerzas revolucionarias y
de ofensiva zarista, los bolcheviques le dieron el nombre de reacción
stolypiniana, periodo que además estuvo acompañado de la descomposición de gran
parte de la intelectualidad revolucionaria, de aquellos quienes
circunstancialmente se habían unido a la revolución y que ahora se pasaban al
bando de los renegados o del enemigo.
Por lo demás, el
zarismo prosiguió la opresión y explotación del pueblo ruso. Los campesinos
seguían en descomposición, por su lado, los campesinos ricos o Kulaks, crearon
los caseríos y cotos redondos,
donde aprovecharon la mano de obra barata y aplicaron abundantemente el trabajo
asalariado. Cada vez más las leyes zaristas favorecían a estos y por el
contrario obligaba a los campesinos a segregar de la comunidad las mejores
tierras. También en el terreno industrial se operaron, después de la
revolución, cambios considerables. Se acentuó notablemente la concentración de
la industria con el incremento de las empresas y su acumulación en manos de
grupos capitalistas cada vez más fuertes. Se estrechó fuertemente el vínculo de
dependencia hacia el imperialismo anlgo-frances. Ya antes de la revolución de
1905, habían comenzado los capitalistas a organizarse en agrupaciones o trusts,
para elevar los precios de las mercancías dentro del país y poder lanzarlas al
mercado exterior a bajo precio y conquistar así los mercados extranjeros. Los
salarios de los obreros se redujeron de 10 a 15%, las listas negras fueron el
azote de los obreros conscientes o activos en las luchas económicas. Además
aumentó también el número de los grandes bancos, creciendo la importancia de
éstos en la industria, y creció asimismo la afluencia de los capitales
extranjeros a Rusia. Por tanto, el capitalismo en Rusia se iba convirtiendo
cada vez más en un capitalismo monopolista, imperialista, pero a pesar de ello,
Rusia no dejaba de ser un país inmensamente atrasado con respecto a sus vecinos
de occidente. Lenin señalo en su momento sobre el consumo de hierro en la
industria rusa que: “Medio siglo después de la
liberación de los campesinos, el consumo de hierro en Rusia se ha
quintuplicado, y a pesar de eso, Rusia sigue siendo un país increíblemente,
insólitamente atrasado, mísero y semisalvaje, cuatro veces peor pertrechado de
instrumentos modernos de producción que Inglaterra, cinco veces peor que
Alemania y diez veces peor que los Estados Unidos” (Lenin, t.
XVI, pág. 543, ed. rusa). En el terreno de la política internacional se acusaba
al zarismo de acordar en los tratados secretos con los “aliados”, compromisos
de enviar, en caso de guerra, millones de soldados rusos a los frentes
imperialistas, para apoyar a los “aliados” y defender las fabulosas ganancias
de los capitalistas anglo-franceses.
Como se puede
observar en todos los terrenos la dictadura del zarismo asfixiaba a las masas,
las explotaba, oprimía y las preparaba para usarlas como carne de cañón en la
futura guerra imperialista. La transformación revolucionaria, el cambio radical
que exigía la realidad y quienes eran los llamados a dirigirlo y planearlo ―los
comunistas o bolcheviques en aquella época― por el momento afrontaban una de
sus más difíciles pruebas, un periodo de repliegue de sus fuerzas, de
reagrupamiento, alineamiento y depuración de sus filas, de cambio de táctica y
herramientas en este nuevo periodo de lucha.
Los renegados o
“compañeros de viaje”, que se habían pasado a las filas revolucionarias desde
el campo de la burguesía durante el periodo de avance arrollador de la
revolución, se separaron del Partido al sobrevenir la etapa reaccionaria. Una
parte de ellos se pasó al campo de los enemigos declarados de la revolución,
otros se refugiaron en las organizaciones legales de la clase obrera que
salieron indemnes de la represión, dedicándose a desviar al proletariado de la
senda revolucionaria y a desacreditar al Partido bolchevique.
La ofensiva de la
contrarrevolución se desarrolló también en el frente ideológico. Brotó toda una
muchedumbre de escritores de moda, que “criticaban” y “desacreditaban” el
marxismo, que escupían a la revolución y se burlaban de ella. Pese a la
abigarrada diversidad de sus tendencias, todos estos señores perseguían un fin
común: desviar a las masas de la revolución. El decadentismo y la falta de fe
se apoderó también de una parte de los intelectuales del Partido que, aun
teniéndose por marxistas, jamás se habían mantenido con firmeza en las
posiciones del marxismo. Entre ellos figuraban escritores como Bogdanov,
Basarov, Lunacharski (que en 1905 se habían adherido a los bolcheviques) y como
Yushkevich y Valentinov (mencheviques). Estos intelectuales desplegaban su
“crítica” a la vez contra los fundamentos filosófico-teóricos del marxismo, es
decir, contra el materialismo dialéctico, y contra sus fundamentos
histórico-científicos, es decir, contra el materialismo histórico.
Esta crítica, que se
disfrazaba de marxista, pretendía socavar las bases del marxismo mismo, generar
confusión, dispersión y desmoralización en los militantes. Los mencheviques
respetados y teóricos como Plejanov prefirieron limitarse a escribir, a pesar
de lo urgente de emprender la lucha teórica, un par de artículos de crítica,
que para la situación fueron insuficientes. Fue Lenin quien afrontó y llevó a
cabo esta empresa, con su famoso libro “Materialismo y Empiriocriticismo”,
publicado en 1909. Allí Lenin señaló: “En menos de medio año han
visto la luz cuatro libros consagrados fundamental y casi exclusivamente a
atacar el materialismo dialéctico. Entre ellos, y en primer lugar, figura el
titulado ‘Apuntes sobre (contra, es lo que debería decir) la filosofía del
marxismo’, San Petersburgo, 1908; una colección de artículos de Basarov,
Bogdanov, Lunacharski, Berman, Helfond, Yushkevich y Suvorov. Luego vienen los
libros de Yushkevich, ‘El materialismo y el realismo crítico’; Berman, ‘La
dialéctica a la luz de la moderna teoría del conocimiento’ y Valentinov, ‘Las
construcciones filosóficas del marxismo’… ¡Todos estos individuos unidos ―a
pesar de las profundas diferencias que hay entre sus ideas políticas― por su
hostilidad al materialismo dialéctico, pretenden, al mismo tiempo, hacerse
pasar, en filosofía, por marxistas! La dialéctica de Engels es un ‘misticismo’,
dice Berman; las ideas de Engels se han quedado ‘anticuadas’, exclama Basarov
de pasada, como algo que no necesita de demostración; el materialismo se da por
refutado por nuestros valientes paladines, quienes se remiten orgullosamente a
la ‘moderna teoría del conocimiento’, a la ‘novísima filosofía’ (o al ‘novísimo
positivismo’), a la ‘filosofía de las modernas ciencias naturales’ e incluso a
la ‘filosofía de las ciencias naturales del siglo XX’” (Lenin,
t. XIII, pág. 11, ed. rusa).
Así dentro del
partido obrero socialdemócrata ruso, los bolcheviques aplicaron su línea
revolucionaria, luchando en dos frentes: contra los liquidadores, enemigos
abiertos del Partido, y contra los llamados otsovistas, adversarios encubiertos
de él. Los mencheviques volvían la espalda cada vez más descaradamente al
programa revolucionario del Partido del proletariado, a las reivindicaciones de
la República democrática, de la jornada de 8 horas y de la confiscación de las
tierras de los terratenientes. A costa de renunciar al programa y a la táctica
del Partido, querían obtener del gobierno zarista la autorización para que
funcionase un partido pretendidamente “obrero”, con existencia abierta y legal.
Estaban dispuestos a hacer las paces con el régimen stolypiniano y adaptarse a
él, razón por la cual se daba también a los liquidadores el nombre de “partido
obrero stolypiniano”, es decir, liquidar al partido abiertamente.
Al mismo tiempo que
luchaban contra estos adversarios descarados de la revolución, contra los
liquidadores ―acaudillados por Dan, Axelrod y Potresov, ayudados por Martov,
Trotski y otros mencheviques―, los bolcheviques mantenían también una lucha
implacable contra los liquidadores encubiertos, contra los “otsovistas”, que
disfrazaban su oportunismo con frases “izquierdistas”. Los bolcheviques
comenzaron a dar el nombre de “otsovistas” a un grupo de exbolcheviques que
exigía que el Partido retirase los diputados obreros de la Duma y renunciase en
general a toda actuación dentro de las organizaciones legales; en resumen, los
otsovistas pedían que el partido renunciase a los vínculos que lo mantenían
estrechamente unido a las masas, buscaban liquidar el partido de forma
encubierta.
Estas facciones
dentro del partido impedían su correcto funcionamiento, lo entorpecían y
obstaculizaban para que éste cumpliera sus tareas, táctica y misión de
vanguardia; convivir con el oportunismo era un obstáculo que impedía una unidad
de programa y por ende de acción política, que llevaba al partido al
inmovilismo y a la imposición de fracciones dentro de la misma organización. La
necesidad material obligaba a los bolcheviques a separarse de esa facciones y
construir un auténtico Partido revolucionario, sin fracciones en su interior,
disciplinado y combativo, funcional en todos sus aspectos organizativos y
estrechamente vinculado a las masas; y para ello había que acabar con los
liquidadores y otsovistas, es decir, depurarse de los elementos oportunistas dentro
del partido. Sin lugar a dudas, aquel periodo fue difícil, de prueba para los
bolcheviques; mientras los oportunistas se acomodaban y renunciaban a la lucha,
los bolcheviques supieron actuar en un momento de retroceso, cambiar de táctica
y depurar sus filas de elementos no proletarios; sobre la versatilidad en
aquellos tiempos Lenin señaló: “En los periodos de auge de la
revolución aprenden a avanzar, en los periodos de reacción deben aprender a
replegarse certeramente, a pasar a la clandestinidad, a mantener y fortalecer
el Partido como organización clandestina, a utilizar todas la posibilidades
legales y todas las organizaciones legales, principalmente las organizaciones
de masas, para fortalecer los vínculos con éstas.”
Stalin, analizando
también la táctica de los bolcheviques en ese periodo refirió: “Fue
el periodo en que nuestro Partido dio el viraje, de la lucha revolucionaria
abierta contra el zarismo a la lucha por medio de rodeos, a la utilización de
todas y cada una de las posibilidades legales, desde las mutualidades obreras
hasta la tribuna de la Duma. Fue el periodo de repliegue, después de haber sido
derrotados en la revolución de 1905. Este viraje exigía de nosotros la
asimilación de nuevos métodos de lucha para, después de acumular fuerzas,
lanzarnos de nuevo a la lucha revolucionaria abierta contra el zarismo” (Stalin,
“Actas taquigráficas del XV Congreso del P.C. (b) de la U.R.S.S.”, 1935, págs.
366-367).
La nueva etapa en la
revolución rusa, una vez comenzó a perder fuerza la arremetida zarista y
desbaratada la encrucijada antimarxista, fue la cimentación del partido
bolchevique de toda la clase obrera rusa, indispensable para la toma del poder
en el año 1917.
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