Camaradas: Nuestros
acuerdos, incluso los más justos, quedarán sobre el papel, si no tenemos
hombres capaces de llevarlos a la práctica. Y aquí, no tengo más remedio que
decir, desgraciadamente, que uno de los problemas más importantes, el problema
de los cuadros, ha pasado casi desapercibido en nuestro Congreso.
En torno al informe del
Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, discutido por espacio de siete
días, hablaron numerosos oradores de diversos países y sólo alguno que otro se
detuvo de pasada sobre este problema extraordinariamente esencial para los
Partidos Comunistas y el movimiento obrero. En su actuación práctica, nuestros
Partidos están aún muy lejos de tener conciencia de que los hombres, los
cuadros, lo deciden todo.
La actitud despectiva ante
el problema de los cuadros es tanto más inadmisible, cuanto que constantemente
perdemos en la lucha una parte de nuestros cuadros más valiosos. Pues, nosotros
no somos una sociedad científica, sino un movimiento combativo, que está
constantemente en la línea de fuego. Nuestros elementos más enérgicos, más
audaces y conscientes luchan en primera fila. El enemigo se ceba especialmente
en ellos, en la vanguardia, los asesina, los arroja a las cárceles y campos de
concentración, los somete a torturas horribles, especialmente en los países
fascistas. Esto agudiza, de un modo particular, la necesidad de completar, de
formar y de educar constantemente nuevos cuadros.
El problema de los cuadros
adquiere también una agudeza especial por otra razón: porque bajo nuestra
influencia se despliega el movimiento de masas del frente único, del que se
destacan muchos miles de nuevos activistas proletarios. Además, a las filas de
nuestros Partidos, afluyen no sólo elementos revolucionarios jóvenes, obreros
que se van revolucionarizando y que jamás han tomado parte hasta ahora en el
movimiento político. También vienen a nosotros, muy a menudo, antiguos miembros
y activistas de los partidos socialdemócratas. Estos nuevos cuadros exigen una
atención especial, sobre todo en los Partidos ilegales, tanto más, cuanto que
estos cuadros, poco preparados teóricamente, se enfrentan en su labor práctica
con los problemas políticos más serios y que ellos mismos tienen que resolver.
El problema de una política
justa de cuadros es la cuestión más actual para nuestros partidos, para la
Juventud Comunista y para todas las organizaciones de masas, para todo el
movimiento obrero revolucionario.
¿En qué estriba una
política justa de cuadros’?
En primer lugar, es necesario
conocer a los hombres. En nuestros Partidos, como regla general, no hay
un estudio sistemático de los cuadros. Sólo en los últimos tiempos, los
Partidos Comunistas de Francia y Polonia y, en el Oriente, el Partido Comunista
de China, consiguieron determinados éxitos en este terreno. El Partido
Comunista de Alemania emprendió también, en su tiempo, antes de pasar a la
ilegalidad, la labor de estudiar a sus cuadros. Y la experiencia de estos
Partidos mostró que, apenas empezaron a estudiar a los hombres, descubrieron
militantes que antes habían pasado desapercibidos y, por otro lado, los
Partidos comenzaron a depurarse de elementos extraños y nocivos, política e
ideológicamente. Basta señalar el ejemplo de Celor y Barbé, en Francia, que, al
ser examinados por el microscopio bolchevique, resultaron ser agentes del
enemigo y fueron arrojados de las filas del Partido. En Hungría, la revisión de
los cuadros facilitó el descubrimiento de núcleos de agentes provocadores del
enemigo, cuidadosamente enmascarados.
En segundo lugar, es
necesario promover acertadamente los cuadros. La promoción de cuadros no debe
ser un asunto casual, sino una de las funciones normales de los Partidos.
Es un mal sistema que las promociones se efectúen, inspirándose exclusivamente en
razones muy internas de partido, sin tener en cuenta si el camarada designado
para un cargo tiene relaciones con las masas. Las promociones deberán
efectuarse sobre la base de tener en cuenta la aptitud del militante para
cumplir una u otra función del Partido y la popularidad entre las masas de los
cuadros elegidos. En nuestros partidos tenemos ejemplos de promociones
que han dado resultados excelentes. En la presidencia de nuestro
Congreso, por ejemplo, se halla la comunista española, la camarada Dolores.
Hace dos años, trabajaba todavía en la base. En los primeros choques con
el enemigo de clase, se reveló como una excelente agitadora y luchadora.
Promovida luego a la dirección del Partido, se ha mostrado como un miembro muy
digno de ella. (Aplausos).
Podría señalar, también,
una serie de casos análogos tomados de otros países. Pero, en la mayor parte de
ellos, la promoción de cuadros se efectúa sin organización, al azar, y por
tanto no siempre con acierto. A veces, se eleva a la dirección a razonadores
hueros, a fraseólogos, a charlatanes que dañan directamente nuestra causa.
En tercer lugar, es
necesario saber aprovechar los cuadros. Hay que saber descubrir y
utilizar las valiosas cualidades de cada activista. Hombres ideales no
existen: hay que tomarlos como son, corrigiendo sus lados flojos y sus
defectos. Conocemos en nuestros Partidos ejemplos escandalosos de mala
utilización de comunistas buenos y honrados, que darían gran provecho, si se
les asignase un trabajo más en consonancia con ellos.
En cuarto lugar, es
necesario distribuir acertadamente los cuadros. Ante todo, hay que hacer
que en los eslabones fundamentales del movimiento se hallen hombres enérgicos,
en contacto con las masas, salidos de sus entrañas, hombres firmes y con iniciativas;
que en los grandes centros haya una cantidad adecuada de militantes de este
tipo. En los países capitalistas, el trasiego de cuadros de un lugar a
otro no es cosa fácil. Este problema tropieza con toda una serie de
obstáculos y dificultades, entre otros, con problemas de orden material,
familiar, etc.; dificultades que hay que tener en cuenta y resolver de un modo
adecuado, cosa que no siempre, ni mucho menos, hacernos.
En quinto lugar, es
necesario prestar una ayuda sistemática a los cuadros, la que debe consistir en
instrucciones detalladas, control con espíritu de camaradería, y corrección de
sus defectos y errores, en la labor de dirección concreta y cotidiana.
En sexto lugar, es
necesario velar por la conservación de los cuadros. Hay que saber replegar
a tiempo los cuadros a la retaguardia, reemplazándolos por otros nuevos, si así
lo reclaman las circunstancias. Debernos exigir, sobre todo a los
partidos ilegales, la más estricta responsabilidad por parte de la dirección en
cuanto a la conservación de los cuadros. (Aplausos). La acertada
preservación de los cuadros presupone, también, la más seria organización de la
labor conspirativa dentro del Partido, En algunos de nuestros Partidos, muchos
camaradas creen que los Partidos están ya preparados para pasar a la
clandestinidad por el hecho de haber sido reconstruidos, meramente, de un modo
esquemático y formal. Tuvimos que pagar muy caro el error de que la
verdadera reconstrucción no comenzase sino hasta después de pasar a la
ilegalidad, bajo la acción directa de los duros golpes del enemigo.
Recordemos lo que le costó al Partido Comunista de Alemania el paso a la
clandestinidad. Esta experiencia debe servir de lección seria a aquellos
Partidos nuestros, que hoy son todavía legales, pero que mañana pueden pasar a
la clandestinidad.
Sólo una justa política de
cuadros dará a nuestros partidos la posibilidad de desplegar y utilizar hasta
el máximo las fuerzas de los cuadros existentes y sacar del inagotable
manantial del movimiento de masas nuevos y mejores elementos.
¿Qué criterios
fundamentales deben guiarnos en la selección de los cuadros?
Primero: la más profunda
fidelidad a la causa obrera y al Partido, probada en la lucha, en las cárceles,
ante los tribunales, frente al enemigo de clase.
Segundo: la más íntima
vinculación con las masas: vivir para los intereses de las masas, tomar el
pulso a la vida de las masas, a su estado de espíritu y a sus anhelos. La
autoridad de los dirigentes de nuestras organizaciones del Partido debe
basarse, ante todo, en el hecho de que las masas ven en ellos a sus dirigentes,
se convenzan por su propia experiencia de su capacidad de dirigentes, de su
decisión y abnegación en la lucha.
Tercero: saber orientarse
por sí mismos, en las situaciones y no tener miedo a la responsabilidad por sus
decisiones. No es dirigente quien teme asumir una responsabilidad.
No es bolchevique quien no sabe demostrar iniciativa, quien dice: “Yo me limito
a hacer lo que me mandan”. Sólo es un verdadero dirigente bolchevique
aquel que no pierde la cabeza a la hora de la derrota, ni se ensoberbece en el
momento del triunfo y demuestra una firmeza inconmovible en la aplicación de
las decisiones adoptadas. Los cuadros se desarrollan y crecen cuando se
les plantea la necesidad de resolver por su propia cuenta los problemas
concretos de la lucha y asumen sobre sí la responsabilidad que esto supone.
Cuarto: disciplina y temple
bolchevique, lo mismo para luchar contra el enemigo de clase, como para
combatir inflexiblemente todas las desviaciones de la línea del bolchevismo.
Debemos, camaradas,
subrayar aún con mayor energía la necesidad de estas condiciones para una
acertada selección de los cuadros, porque, en la práctica, se da, con harta
frecuencia, el caso de preferir a un camarada que sabe, por ejemplo, escribir
con soltura o hablar muy bien, pero que no es hombre de acción y que no sirve
para la lucha, a otro, que tal vez no escriba, ni discursee tan bien, pero que
es, en cambio, un hombre firme, de iniciativa, compenetrado con las masas, capaz
de luchar y de conducirlas a la lucha. (Aplausos) ¿Son pocos los casos en que
un sectario, un doctrinario, un razonador huero, desplaza a un hombre abnegado,
que conoce bien la labor entre las masas, a un auténtico dirigente obrero?
Nuestros cuadros dirigentes
deben asociar el conocimiento, de lo que hay que hacer, a la consecuencia
bolchevique y a la fuerza revolucionaria de carácter y voluntad para llevarlo a
la práctica.
A propósito del problema de
los cuadros, permitidme, camaradas, detenerme también en el formidable papel
que está llamado a desempeñar el Socorro Rojo Internacional en relación con los
cuadros del movimiento obrero. La ayuda material y moral, que las
organizaciones del S. R. I. prestan a los presos y a sus familias, a los emigrados
políticos y a los revolucionarios y antifascistas perseguidos, ha salvado la
vida y ha conservado las fuerzas y la capacidad combativa de miles y miles de
valiosísimos luchadores de la clase obrera, en diversos países. Los que
hemos estado en la cárcel, conocemos por experiencia propia la grandiosa
importancia de la actividad del S. R. I. (Aplausos).
El S. R. I. ha sabido
conquistarse con su actuación el amor, la simpatía y la profunda gratitud de
cientos de miles de proletarios, de campesinos e intelectuales revolucionarios.
Bajo las actuales
condiciones, bajo las condiciones de la reacción burguesa creciente, de los
furiosos ataques del fascismo, de la agudización de la lucha de clases, el
papel del S. R. I. crece extraordinariamente. Ante el S. R. I. se plantea,
ahora, la tarea de convertirse en una auténtica organización de masas de los
trabajadores, en todos los países capitalistas (y, particularmente, en los
países fascistas, adaptándose a las condiciones especiales de éstos).
Debe llegar a ser, por decirlo así, la “Cruz Roja” del frente único proletario
y del frente popular antifascista, abarcando a millones de trabajadores, la
“Cruz Roja” del ejército de las clases trabajadoras, que luchan contra el
fascismo, por la paz y por el socialismo. Para poder desempeñar con éxito este
papel, el S. R. I. debe contar con miles de activistas propios, numerosos
cuadros, cuadros del S. R. I., que respondan por su carácter y por su capacidad
a la misión especial que le está reservada a esta organización tan importante.
Y aquí, tenemos que decir
del modo más enérgico y categórico: si el burocratismo, la actitud seca y
egoísta ante los hombres, es siempre abominable, en el movimiento obrero, en
las actividades del S. R. I., es un mal que raya en el crimen (Aplausos).
Los luchadores de la clase obrera, las víctimas de la reacción y del fascismo,
los que sufren en los calabozos v en los campos de concentración, los emigrados
políticos y sus familias, deben encontrar en las organizaciones y en los
funcionarios del S. R. I. la acogida más atenta y más afectuosa. (Aplausos
prolongados). El S. R. I. debe comprender y cumplir todavía mejor su
deber en punto a la ayuda que hay que prestar a los luchadores del movimiento
proletario y antifascista y, en particular, en lo que se refiere a la
conservación física y moral de los cuadros del movimiento obrero. Y los
comunistas y obreros revolucionarios que militan en las organizaciones del S.
R. I. deben sentir en cada uno de sus pasos su enorme responsabilidad ante la
clase obrera y ante la Internacional Comunista, que confía en ellos para el
cumplimiento eficaz de la misión y de las tareas del S. R. I. (Aplausos).
Camaradas: como es sabido,
la mejor educación de los cuadros es la que se adquiere en el transcurso de la
lucha misma, venciendo las dificultades y las pruebas, pero también sobre los
ejemplos positivos y negativos. Tenemos cientos de ejemplos de un
comportamiento modelo en tiempos de huelga, en manifestaciones, en las
cárceles, en los procesos. Tenemos miles de héroes, pero, por desgracia,
también registramos no pocos casos de pusilanimidad, de inestabilidad y hasta
de deserción. Y muchos olvidan, frecuentemente, unos ejemplos y otros, no
aprovechan su fuerza educadora, no dicen qué es lo que hay que imitar y qué es
lo que hay que rechazar. Hay que estudiar la conducta de los camaradas y
de los militantes obreros, en las cárceles y en los campos de concentración,
ante los tribunales, etc. De esto, hay que sacar lo positivo, hay que
señalar los ejemplos dignos de ser imitados y rechazar lo podrido, lo no
bolchevique, lo filisteo. Después del proceso de Leipzig, tenemos una
serie de actuaciones de nuestros camaradas ante los tribunales burgueses
fascistas, que demuestran que en nuestro campo crecen numerosos cuadros que comprenden
perfectamente lo que significa comportarse como bolchevique ante los
tribunales.
Pero, ¿cuántos hay entre
vosotros -delegados al Congreso- que conocen en detalle el proceso de los
ferroviarios de Rumania, el proceso de Fiede Schulze, decapitado por los
fascistas en Alemania, el proceso del valiente camarada Itzikava en el Japón,
el proceso de los soldados revolucionarios búlgaros y tantos otros, en los que
se mostraron ejemplos dignísimos de heroísmo proletario? (Todos en pie aplauden
con ímpetu).
Hay que popularizar estos
ejemplos dignísimos de heroísmo proletario, poniéndolos de manifiesto para
contrarrestar la pusilanimidad, el filisteísmo y todo lo que sea podredumbre y
debilidad dentro de nuestras filas y en las filas de la clase obrera. Hay
que utilizar ampliamente estos ejemplos, para educar a los cuadros del
movimiento obrero.
Camaradas: Los dirigentes
de nuestros partidos se quejan frecuentemente de que no hay gente, de que
escasean las personas para la labor de agitación y propaganda, de que escasea
la gente para los periódicos, de que escasea la gente para los sindicatos, de
que escasea la gente para trabajar entre los jóvenes, entre las mujeres.
Escasea, escasea la gente. A esto quisiéramos contestar con las viejas y
siempre nuevas palabras de Lenin:
“No hay hombres, y los hay
en masa. Hay hombres en masa, ya que tanto de la clase obrera, como de
las capas cada vez más diversas de la sociedad salen cada año más personas
descontentas, deseosas de protestar. Y al mismo tiempo, no hay hombres
porque… faltan talentos organizadores, capaces de organizar esa labor tan
amplia y, al mismo tiempo, única y armoniosa, que, daría empleo a todas las
fuerzas, por insignificantes que ellas fuesen.”
Es menester, que estas
palabras de Lenin se asimilen profundamente y que se apliquen por nuestros
partidos como norma directiva cotidiana. Hombres hay muchos; hay que
saber descubrirlos dentro de nuestras propias organizaciones, en tiempos de
huelgas y manifestaciones, en las diversas organizaciones obreras de masas, en
los órganos de frente único; hay que ayudarles a formarse en el proceso del
trabajo y de la lucha, hay que colocarles en una situación que les permita
aportar realmente una contribución a la causa obrera.
Camaradas: los comunistas
somos hombres de acción. Ante nosotros, se plantea la tarea de la lucha
práctica contra la ofensiva del capital, contra el fascismo y la amenaza de la
guerra imperialista, la lucha por el derrocamiento del capitalismo. Y,
precisamente, esta tarea práctica plantea a los cuadros comunistas la exigencia
de pertrecharse obligatoriamente con la teoría revolucionaria, pues la teoría
da a los militantes prácticos el poder de la orientación, claridad de
perspectiva, seguridad en el trabajo y fe en el triunfo de nuestra causa.
Pero, la auténtica teoría
revolucionaria es irreconciliable enemiga de todo teoricismo castrado, de todo
lo que sea jugar estérilmente con definiciones abstractas. “Nuestra teoría no
es un dogma, sino un guía para la acción”, dijo más de una vez Lenin. Esa
es la teoría que necesitan nuestros cuadros como el pan de cada día, como el
aire, como el agua.
El que verdaderamente
quiera desterrar de nuestra labor el esquematismo muerto, el funesto
escolasticismo, debe extirparlos con las masas y a la cabeza de las masas y
trabajar infatigablemente por asimilar la poderosa, fecunda, omnipotente
teoría bolchevique, la doctrina de Marx, Engels, Lenin. (Aplausos).
En relación con esto,
considero particularmente necesario, fijar vuestra atención en la labor de
nuestras escuelas del Partido. No son empollones, razonadores, ni
maestros en citas los que tienen que preparar nuestras escuelas. ¡No! De
entre sus muros han de salir luchadores prácticos de primera fila por la causa
de la clase obrera. Luchadores de primera fila no sólo por su audacia,
por su abnegación, sino también porque sepan ver más lejos, porque conozcan
mejor que el obrero de filas el camino que conduce a la emancipación de los
trabajadores. Todas las Secciones de la Internacional Comunista deben, sin
echar el asunto en saco roto, ocuparse de organizar seriamente escuelas del
Partido, haciendo de ellas las forjas de donde han de salir cuadros de
luchadores.
La misión fundamental de
nuestras escuelas del Partido reside, a mi juicio, en enseñar a los miembros
del Partido y de la Juventud Comunista, que estudian en ellas, la aplicación
del método marxista-leninista a la situación concreta de cada país, a las
condiciones dadas, a luchar, no contra el enemigo “en general”, sino contra el
enemigo concreto, dado. Para esto, hay que aprender no la letra del
leninismo, sino su espíritu vivo, revolucionario.
De dos modos, se pueden
preparar los cuadros en nuestras escuelas del Partido.
Primero:
preparar a los hombres de un modo abstracto-teórico, esforzándose por darles la
mayor cantidad posible de conocimientos, instruyéndolos en el arte de redactar
literariamente tesis y resoluciones y tocando solamente de pasada los problemas
del país en cuestión, su movimiento obrero, la historia, las tradiciones y la
experiencia del Partido Comunista de que se trate. ¡Solamente de pasada!
Segundo: el aprendizaje
teórico, en el que la asimilación de los principios fundamentales del
marxismo-leninismo se basa en el estudio práctico por los alumnos de los
problemas cardinales de la lucha del proletariado en su propio país, para que,
al incorporarse de nuevo a la labor práctica, sepan orientarse por sí mismos,
puedan convertirse en organizadores y dirigentes prácticos, que marchen por su
cuenta Y sean capaces de conducir a las masas a la batalla contra el enemigo de
clase.
No todos los que pasaron
por nuestras escuelas del Partido se han revelado aptos. Muchas frases,
abstracciones, formación libresca, erudición artificial. Y lo que nosotros
necesitamos son organizadores y dirigentes verdaderos de masas, auténticamente
bolcheviques. Los necesitamos apremiantemente, para el día de hoy. Aunque
un alumno no esté en condiciones de escribir buenas tesis, pese a que esto nos
es muy necesario, lo importante es que sepa organizar y dirigir, no asustándose
de las dificultades y sabiendo vencerlas.
La teoría revolucionaria es
la experiencia condensada, generalizada del movimiento revolucionario; los
comunistas deben utilizar cuidadosamente en sus países no sólo la experiencia
de las luchas pasadas, sino también, la de las luchas actuales de otros
destacamentos del movimiento obrero internacional. Pero, utilizar
acertadamente esta experiencia, no significa, en modo alguno, transplantar
mecánicamente, en forma acabada, las formas y los métodos de lucha de unas
condiciones a otras, de un país a otro, como se hace con harta frecuencia en
nuestros Partidos. La imitación escueta, el limitarse a copiar los
métodos y las formas de trabajo, aunque sean los del mismo Partido Comunista de
la Unión Soviética, en países donde todavía impera el capitalismo, puede, con
las mejores intenciones del mundo, dañar más que favorecer, como ha ocurrido en
realidad no pocas veces. Precisamente, la experiencia de los bolcheviques
rusos debe enseñarnos a aplicar de un modo vivo y concreto la línea
internacional única de la lucha contra el capital a las particularidades de
cada país, extirpando implacablemente, poniendo en la picota, entregando a las
burlas de todo el pueblo las frases, los patrones, la pedantería y el
doctrinarismo.
Hay que estudiar,
camaradas, estudiar constantemente, a cada paso, en el proceso de la lucha, en
libertad y en la cárcel. ¡Estudiar y luchar, luchar y estudiar! (Aplausos).
Por Georgi Dimitrov
Extraído de “Por la unidad
de la clase obrera contra el fascismo”, 1935.
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